CORNADA DE LOBO
Asesinado
MUCHA ALPARGATA se ve, mucha alpargata junto a la tapia del cementerio, pero quiero ver ya algún zapato, sentenció un jefe falangista de la bandera leonesa en aquel septiembre del 36 cuando estaba aún la guerra estrenando disparates, la salvajada incivil. E. Z. M. llevaba siempre zapatos, impecables por norma. Era letrado, abogado del estado, gerente y fundador de la Sociedad de Aguas. Jamás perteneció a partido alguno. Todo su delito debió ser el pensamiento liberal en el que se pronunciaba y, seguramente, la defensa que en su día hizo de A. N. en el juicio que le siguieron por su relación con los sucesos de la Revolución de Octubre del 34 en Asturias, juicio en el que E. Z. M. recusó al que hacía de fiscal, el falangista I. M. por no tener los estudios académicos y preceptivos para esta función. A. N. salió absuelto del proceso y tiempo después sería miembro destacado del gobierno republicano en el exilio. A E.Z.M. le sacaron de casa con engaño dos camisas viejas, peones de bulto y saña, le llevaron a San Marcos donde también gentes de la alta burguesía leonesa estaban detenidos por republicanos (o por llevar zapatos), desde allí lo condujeron otros sayones en coche hacia San Isidoro (obligar a confesarse era habitual), pero detuvo la marcha a pocos metros del convento convertido en cárcel y lo apearon, le pegaron cuatro tiros en el corazón y lo abandonaron como cascote de derribo, como a perro. Era el día cuarenta y siete del glorioso Alzamiento. Recogieron su cuerpo de madrugada y entre unos cuantos amigos lo llevaron a su panteón del cementerio para darle sepultura, momento en el que se presentó un grupo de falangistas para dispersarlos o detenerlos alegando que aquello era una manifestación ilegal. Se les encaró un amigo del asesinado, el viejo E. H.. y pudo concluirse el sepelio. Entonces no hubo lugar a insertar una mínima esquela. A roer silencio por décadas fue condenada su familia. Por eso insistieron sus nietas en publicar la esquela este año, pero la hija de E.Z.M., viuda de L. S. de la C., estimó que podía entendeese como oportunismo fácil en este tiempo de memoria histórica, aunque le duele la deuda pendiente, la honra debida y la paz ganada. «Los muertos se revuelven en el alma; qué cierto es», me dijo. He traicionado su prudencia. Sabrá perdonármelo. Mañana sacamos lección.