Diario de León

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Genios poco espabilados

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efe | parís

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Carlomagno, que instauró la escuela, nunca supo escribir, aunque hablaba latín tan bien como su idioma materno, el tudesco, y entendía el griego, mientras que Napoleón era muy bueno en matemáticas, pero un zote en ortografía. Estos son algunos rasgos que respetados historiadores relatan en la última edición de la revista Historia , con su valoración de lo que grandes figuras fueron como alumnos, en un intento de tranquilizar a los padres al comienzo del nuevo año escolar. Carlomagno, «aplicado, pero pocos resultados», dicen del emperador. No fue por no intentarlo: colocaba «bajo su almohada» hojas de pergamino para «hacer prácticas de letras» aprovechando sus intentos de ocio, pero era «demasiado tarde y el resultado fue mediocre», relataría su hombre de confianza y biógrafo, Eginhard, en 826. Napoleón, del que se conoce muy poco sobre sus primeros años de vida en Córcega, no veía la utilidad del latín, una lengua muerta, cuando ingresó en una escuela en Francia, y su mayor deseo era aprender correctamente el francés para no ser ya objeto de burlas. Lo consiguió, pero no en ortografía. Sus maestros no conseguían leer sus composiciones y su letra sería cada vez más indescifrable, pero era el lector más infatigable de la escuela y el primero en matemáticas, aunque en la academia militar tuvo fama de distraído. San Agustín recibe, como alumno, este comentario: «dotado, pero puede hacer más». Niño inteligente (había aprendido a hablar solito), con una memoria de ordenador, era el típico prodigio que tiene la cabeza en otra parte, y detestaba la escuela. En secundaria, fue bueno en todo (salvo en griego) y en la enseñanza superior dio la talla. «Curioso, pero poco brillante», habría podido escribir el maestro de Luis XIV que, huérfano de padre a los cuatro años, recibió una sólida formación moral y religiosa por parte de su madre, y un sólido bagaje intelectual de su preceptor. A los 13 años, el futuro Rey Sol podía traducir los Comentarios de César, pero no era un alumno muy estudioso ni brillante. Prefería la danza, los paseos o los ejercicios físicos a los libros, lo que lamentaría más tarde, aquejado de una especie de complejo de inferioridad. De Marie Curie, sus maestros podrían haber dicho: «muy dotada». Aprendió solita a escribir a los cuatro años. Alumna estudiosa y trabajadora, con una envidiable capacidad de concentración y una memoria prodigiosa, finalizó sus estudios secundarios a los 15 años, con la medalla de oro, en 1882.

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