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CUANDO EL ALMA se pone a andar, sólo pisa las copas de los árboles porque tira hacia las nubes. Los versos son el alma del que escribe. Y el que rima y versea se desnuda. O se desuella para palparse la carne viva. Campos y otoños son la patria cercana del poeta. Y mi mesa es un pantano donde se sedimentan los libros que mi vagancia orilla... hasta que llega su momento. Y este lo es. Porque hay dos libros de los que quiero hablarte y, si me aceptas el consejo, recomendártelos como morral y vianda para cruzar las melancolías otoñales que ya llueven. Me llegó al principio del verano una reedición obligada, la «Antífona de Otoño en el Valle del Bierzo» de Juan Carlos Mestre con la que en 1985 ganó el Adonais. En esta ocasión el libro se adorna y enriquece con una grabación en la que Mestre recita acolchado por músicas originales de Amancio Prada, Delgado, Sarmiento, Cuco Pérez y Rafael Domínguez. «Han pasado sobre tí las horas muertas, las ruedas que enmudecen el camino, las leguas de los hombres y sus carros, no hay lugar para tí bajo otro cielo, los astros te tan fundado en este sitio, tu cárcel es la cárcel de la Historia, mi dolor ha nacido junto al tuyo, he soñado un sueño y tú soñabas con caballos blancos y laderas que bajaban desde el sol hasta los ríos, tu paciencia conmigo es generosa, me he ido de ti, canto al recuerdo»... Mestre es poeta de tomo y lomo, orfebre de miniatura grandiosa y sentimiento en quintaesencia: «...el día de la noche ha comenzado»... En ese morral de travesías otoñales habrás de meter otro libro, «Hojas verdes y amarillas», en el que aflora por segunda vez como poeta y con talla quien enhebra su vida con periodismo y filosofía; su ausencia en estas prensas se hace notar y no se explica. Alfredo Marcos Oteruelo se destila a sí mismo en estos versos de paisajes de tierra, alma y otoños que prologan la noche oscura: «Yo tan triste y tú tan lejos»... Alfredo rinde aquí sus pálpitos de verdad cruda y esperanza, no se engaña y no nos miente. Un libro de poesía es bueno si el lector está seguro de estar retratado en él. Es el caso. «Te imagino polvo del camino que me permite llegar, seguro y sin fatiga, hasta el árbol que desde niño y siempre soñé cargado de sabor, de amarillo y de manzanas». Con este zurrón y estas compañías, el otoño tienta... y es leve.