Diario de León

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HAY UNAS MONJAS que me conmueven en este territorio de fe carbonera y de mucho pendón procesionante, tierra en la que lo más importante de la misa es la salida y el fisgarse. Me conmueven por su estricta observancia, su frugalidad, sus pies descalzos que en invierno empadronan sabañones y por su risueña calma interior que sólo rompe el silencio con susurros o adelgazando su voz en el canto hasta convertirla en hilo de claridades con el que los ángeles deben tejer su túnica. Permíteme la poesía, porque aún quedan vidas poéticas, puras rimas de cántico espiritual con Juan de la Cruz al fondo revelándose y rebelándose; permítemela en este desierto mental que atravesamos tan lleno banalidad y bolsa codiciosa, de ínsulas privadas, gentes con tapia alrededor como si fuera fácil o probable salvarse en solitario. Esas monjas sugieren otros mundos y otras cuitas desde sus adentros y desde sus afueras de cruda estameña, mismo paño para el frío o el verano. Son recoleta comunidad y tienen su conventín en la carretera de Asturias. Pobres de solemnidad, ni piden ni reburdian. Me admira su recatado compromiso con al vida que contemplan. Hace unas semanas me llamó su superiora para comunicarme una noticia que la llenaba de dicha: las reliquias de santa Teresita de Lisieux estarán en su convento este fin de semana. Llevan dando vueltas por el mundo desde el 94 y el gozo le toca a León esta vez. Me lo comunicaba con albricias porque conocía mi simpatía por esta doncella francesa muerta en pura flor de juventud, sólo veinticuatro tenía, pese a lo cual no se dudó en nombrarla doctora de la Iglesia, ella, que no tenía más estudios que las lecciones que uno aprende cuando mira hacia adentro y ve océanos y cosmos. En realidad, utilizo no pocas veces su nombre como seudónimo o piadosa chirigota que los cielos sabrán perdonarme. Tuve un profesor que durante seis años no cesó de ensalzarla y colocarnos su talla como horizonte. Ni que decir tiene que jamás la alcanzamos. Pero se palpa su hálito en esta comunidad leonesa. Y su resignada alegría. De hecho he tenido que enterarme por fuera, y no por su legítima queja, que una reordenación urbanística preve expropiar parte de su solar, su huerto, su espacio de paz, en cuyo caso peligraría su continuidad entre nosotros. Me admiran.

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