Diario de León

CRÉMER CONTRA CRÉMER

La maldita puta mina

Publicado por
VICTORIANO CRÉMER
León

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NO ES que mi tendencia natural sea la de registrar necrofilias y desgracias en este cuaderno de andar y de ver. Es que los hechos se presentan sin ser llamados y la muerte ni avisa ni se conduele de sus consecuencias. La Sociedad no está ni preparada ni dispuesta a ser memorialista de desgracias. Formamos parte de una comunidad jocunda que persigue los gozos y rechaza las sombras. Mis corresponsales en el mundo del que formamos parte, me informan que dos trabajadores de la mina han sido devorados. La mina, la puta mina, como calificaba una viuda reciente al puesto de trabajo donde su hombre había sido sacrificado, ha vuelto a matar. Francisco Javier Otero Arias, de cuarenta años y Juan Antonio González González, de 36, trabajaban como mecánicos de mantenimiento y no parecían destinados a ser sacrificados cuando menos riesgos parecían correr. Pero la mina es un mecanismo traidor que ni avisa ni se arrepiente. Y en un momento de descuido de la providencia, cuando los ángeles negros de las honduras del mundo parecen estar más seguros, permitieron que la trampa se abriera y que sobre los cuerpos de los dos trabajadores se desplomara el mundo, su mundo. Quizá existan gentes frívolas para las cuales la referencia de la muerte de dos hombres hendidos contra la tierra negra no sea o no debiera ser motivo de información, porque para desgracias, desventuras y miserias hartas nos da la vida sin necesidad de buscarlas a nuestro alrededor. Han muerto dos hombres jóvenes y dejan mujeres e hijos implorantes, sin que sus reclamaciones desgarradoras obtengan resonancia. En tanto y en cuanto, en muchos otros lugares del mundo otros seres humanos también mueren y las sociedades olvidan el quebranto entregados como subnormales a la contemplación y valoración de otros miembros de la comunidad previstos para la indiferencia, para el olvido. Nunca podremos olvidar los leoneses a sus muertos, sepultados bajo los negros escombros de la puta mina. Ni ¡ay! cabe exigir responsabilidades, porque la muerte tiene vida propia y ni avisa ni necesita ser impulsada para cumplir con su aciago quehacer. Cuando se habla de seguridad, los que apelan a este remedio ignoran que, en teoría, todas las minas cuentan con serios mecanismos que garantizan la seguridad del hombre en su trabajo y la Ley, la confusa y torpe ley de los hombres, vigila para que se cumplan adecuadamente los preceptos establecidos para que los trabajadores no mueran miserablemente en la oscuridad. ??? La heróica gente de la mina se dispone a cerrar las puertas del antro minero en homenaje a los compañeros muertos. Los leoneses todos, carpinteros, albañiles, doctores, poetas están llamados para formar parte del ejército enlutado de los trabajadores de todas clases al pie de los negros mármoles de la muerte. Porque como dice el cantar minero: «Estos son los mineros, estos son los del carbón de la mina de amor madre, de la mina del amor...» Y todos estamos obligados a llorar por ellos.

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