CRÉMER CONTRA CRÉMER
El tapado
PUES NO es por aparentar perspicacia, pero la verdad es que en mi casa se conocía quién era el preparado para cubrir el puesto que dejaría vacante don José María Aznar, desde el mismo día en que fuera por éste señalado el proceso de busca y captura del personaje previsto para la sucesión. Y no es que en mi casa nos dediquemos con especial solicitud a interesarnos por las biografías ajenas, que harto tiene uno con lo que tiene, sino que resultaba tan clara la solución del enigma del millón, que solamente los encargados de producir estados de confusión y los tontos de Coria, se permitían la ingenuidad de que todo ello acabaría solucionándose en el Monasterio de Silos o jugando una partida de chamelo en la taberna del poblado castellano. Se lanzaban, para cubrir la curiosidad de las aficionadas a los culebrones, los nombres de este o del otro y hasta se sugería la posibilidad de que el nombre elegido ya figurara en la agenda verde del presidente, pero solamente eran fintas de esgrima política para asestar la estocada final con todas las seguridades de éxito y de aceptación. Y así que se supo, ya públicamente, que el seleccionado para jugar este gran partido de liga de la política nacional, sería, debiera ser, el excelentísimo señor don Mariano Rajoy, todos corrieron a dar cuenta de su entusiasmo. «Lo de menos -diría Don Pascual Maragall- es que el sucesor sea Mariano Rajoy. Lo importante es que Aznar ya no existe»... ¡Crasísimo error! Así como no por mucho madrugar amanece más temprano, tampoco porque el ilustre ex abandonara el puesto los puestos «que tiene allí», va a autocondenarse al ostracismo. ¡Ni hablar! En este país nuestro tan maravilloso, hasta los que dimiten siguen, y siguen, y siguen, como las pilas Duracell. Siguió aquel Paco el del Ferrol hasta que se le acabó la cuerda; siguió don Manuel Fraga, una vez consumada su etapa nacional para erigirse en virrey de Galicia, y siguió Don Felipe González, aunque parezca que no. El rescate de este nuevo gallego, registrador de la propiedad, abogado, ex ministro de todo, don Mariano Rajoy ha confirmado la doctrina política española de que el que consigue montar en el macho, es aquel que sabe tanto obedecer como mandar. Nuestro inquieto y sobresaltado paisano Rodríguez Zapatero, se adelantó a las candilejas y dejó escrito para la posteridad: «Supongo que Rajoy estará contento, yo les puedo asegurar que también estoy contento». Y aunque la verdad es que no entendemos ni la letra ni la música de la frase, cuando el previsto para ejercer la oposición declara su contento ante la efeméride, no nos deja otra opción que la de sumarnos a las muchas felicitaciones recibidas, deseándole muchas más. En mi casa, como decía al principio de este parte de guerra, la elección del señor Rajoy ha causado, además de la satisfacción que nos produce, por proximidad geográfica, todo lo gallego, emoción. Sí, señoras y señores: La emoción que se deriva de un estado no por previsto menos sugestivo. ¿Cuál será el signo político de este finísimo gallego a partir de ahora? Considerando el desasosiego que la gran noticia ha producido, no solamente en el Mercado Común, en el resultado de la encuesta sobre las armas de atrocidad masiva y el futuro de las azucareras leonesas, sino también entre las buenas gentes del barrio, que es la que por ahora nos importa, con permiso del Ayuntamiento y de los próceres municipales en mi casa se ha acordado dejar las cosas como estaban. Que viene a ser lo que hará don Mariano.