Cerrar

Creado:

Actualizado:

ARDIÓ ESPAÑA y desde el satélite que guiña a las nubes se la ve con el lomo chamuscado y con el rabo como una tea de tizón. La extensión de un Lanzarote entero es lo que se ha quemado. Todo monte; las ciudades no arden. Igual que devastados por el fuego quedaron en siglos pasados muchos montes y montañas segados de hacha cuando Felipe II no cesaba de clamar «más madera» para aquel tren de barcos invencibles que la galerna estrelló contra los acantilados de Irlanda. Los bosques de Valdeón y Sajambre quedaron tan rapuchados y mondados, que el común de los vecinos en concejo determinó que no se talaría un sólo árbol sin que se plantaran dos nuevos pies. Y nadie cortaría más madera que la necesaria para hacer un carro, un yugo y dos ruedas más, ni cortaría más de seis varas de acebo al año, ni más palo de avellano que el que pidieran dos costanas. La medida surtió su efecto y ahí está la herencia de hayedos impenetrables y roblones de imposible abrazo. El resto de montes de esta tierra fue ardiendo lentamente hasta hace tres décadas en las cocinas de los pueblos como único combustible para calentarle la espalda al invierno, pero el gas butano llegó para librar de la quema a robles y encinas. Esto y la despoblación se refleja hoy en el tapete forestal que se extiende o enmaraña (muchas veces para que corran mejor las llamas sobre su colchón de hojarasca y mata urdida), pero alegra la mirada ver que el monte, si le dejan, vuelve a sus trece, a sus quince y a sus cien. Ya no es tan perentorio apear sus árboles; y crece. Hay otros montes que fueron repoblados en su día y hoy, cuatro o seis décadas después, les brilla el pelo de copa verde y buen fuste, pero siguen teniendo algo artificial, apretuje de cultivo industrial, geometría uniformada. Les falta la irregularidad que dibuja lo natural. Esas repoblaciones se hicieron para el hacha y la voracidad maderera. Hay comarcas (mira Soria o Valsaín) que administraron y viven de los pinos, pero cabe preguntarse en alguno de nuestros pinares si su destino conviene hoy más para la sierra o para bosque, pulmón de oxígeno, especialmente los cercanos a ciudades. Mirando a La Candamia o a Camposagrado sólo cabe soñar con que los entresaquen, se hagan bosque... y los indulten. Es herencia de los que vienen; nos obliga.