CORNADA DE LOBO
Sueño de mastín
FIESTA DE PASTORES manda en el día, vísperas de una sierra que ha de quedar triste y oscura. Este año el zurrón de los honores se lo ha ganado por primera vez una paisana, mujer que resume a tantísimas mujeres que en esta tierra pastorearon o cuidan cada día de ganados y sueños de monte. Maria José Alvarez será. La realidad del pastoreo de alzada y de cordel fue de siempre rango masculino, jerarquía de varones, pero fueron y son mujeres las que vemos por todos esos pueblos de monte y prado vigilando el hato de corderos, la vecera, las vacas, mujeres acarreando manducas y recados hasta los chozos altos desde mucho antes de que el marqués de Santillana retratara a la vaquera de la Finojosa, la más fermosa, mujeres con un ojo puesto en las reses que se amoscan o invaden coto y el otro al punto, enhebrado en las agujas de tejer, no perdiendo tiempo ni puntada; y apurando la recogida para llegar con la última luz a casa y prepararle las sopas al zoquete suyo; después de ordeñar, claro está; y antes de prologar la dormida con cosidos o lavajos. Hora era ya de tener una «pastora mayor» en la ceremonia pastoril de los montes de Luna, que son montes rabadanes por mandato de siglos. Así que en Barrios de Luna nos encontraremos de mañana con dulzaina y caldereta. Después, al norte, a buscar el norte, que es palabra que define el buen sentido, el destino y la estrella grande. Los rebaños comienzan desde ahora a bajar de sus puertos de verano, dejan el norte y buscan un sur de pasto sin hielos por las Extremaduras lejanas o las riberas de aquí abajo. Se van los rebaños, pero ya no quedan zagalas llorando; y no es porque no haya razón para las lágrimas o melancolías; simplemente, no hay zagalas; ahora están de cajeras en un súper o despachando copas con el ombligo al aire y un corpiño que le apriete y resalte la espetera. Pero sí quedan pastoras, mujeres de pañolón negro y mandil a las que ves resistiendo por todos estos pueblos en el final de un pastoreo histórico que se muere... o lo desaparecen cuando suena el cuerno de Bruselas, vaya cuerno, vaya cornada. Son como lobo insaciable. De modo que sueño con mastines que ladren y defiendan lo suyo, que sueñen otra vez las doscientas mil merinas que veraneaban, brañeaban, en Babia hace cien años y que hoy son sólo cuatro hatajos.