Diario de León
Publicado por
RAFAEL GUIJARRO
León

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A LA PRIMERA bailarina del Bolshoi la van a despedir porque tiene exceso de peso, aunque cualquiera desearía tener su figura y la gracia de sus movimientos, pero en su estado actual ha lesionado ya a dos bailarines, que son los que tienen que levantarla del suelo más veces, y la dirección del ballet ha preferido prescindir de ella antes de que envíe al hospital a todo el cuerpo de baile masculino. Tampoco es que los bailarines sean gran cosa. Tienden a ser flexibles, pero no llegan a alcanzar la figura de un lanzador de peso, y se comprende que una bailarina metida en carnes, aunque no sean muchas, les puede causar verdaderos problemas físicos. El ballet no es como la ópera en la que auténticos tanques de gran tonelaje pueden emitir una voz dulce y cadenciosa. Incluso parece que deben poseer un considerable volumen físico, si quieren que se les oiga sin micrófono en la última fila. Se ve que la delgadez y la obesidad va por barrios y que depende mucho de cómo le vean a uno los que tienen que cargar contigo. Las enfermeras de algunos hospitales piden paga doble cuando los enfermos están con sobrepeso y las líneas aéreas les hacen pagar dos billetes, para evitar las demandas por asfixia del viajero al que le tocó ventana con un gordo en el pasillo. Y no se habla de la obesidad más difícil de soportar, que es la obesidad mental. A los gordos físicos, con tal de no tener el oficio de tener que levantarlos, incluso suelen ser gente simpática y dicharrachera, mientras que entre la gente enteca abundan más los siesos y los revenidos. Pero los gordos mentales, esa gente que son unos pesados, unos plomos, siempre con las mismas bromitas, con los mismos temas de conversación, con idéntica capacidad de indignación furibunda ante determinados temas, de esos no habla la ministra, ni las estadísticas de los más pesados del mundo, por países o por comunidades autónomas. Todos tenemos en la mente algún plúmbeo de piñón fijo, empeñado en colocar su bloque mental a tirios y troyanos, y además que no para hasta que no se lo haya tragado uno enterito, y no admite que le digas: mañana, o pasado mañana, o el siglo que viene te escucharé tus demandas más despacio, pero no me bloquees y déjame vivir sin tener que darte la razón, sin que me aplaste tu pesadez.

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