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Publicado por
JAVIER MONJAS
León

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LA IMPUNIDAD con que la SGAE -y el resto de «colectivos» que han visto tajada- ha impuesto a millones de consumidores su cánon sobre los discos grabables ya les está animando a resucitar lo que hasta ahora sólo habían venido insinuando algunos «descontrolados»: pronto les pagaremos también por nuestros discos duros, por los módems, por los escáneres y quizás hasta por los coches que sirven para comprarlos y quién sabe si también por la familia, que nos ha creado y alimentado a nosotros, esa caterva de piratas que les roba su impagable o, al menos, nunca pagado trabajo. No sólo escandaliza que nos hayan convertido a todos en delincuentes que debemos expiar los delitos que estos señores y señoras de la cultura nos achacan. Sorprende más cómo el Gobierno permenece bien callado, envuelto en toda su inútil hojarasca de planes y cargos parásitos varios mientras al ciudadano se le carga con un impuesto más, éste oscuro y artero, sin pasar por el parlamento, sin necesitar la firma ni de un mal subsecretario. Unos señores se reúnen en una habitación y deciden aplicar un nuevo impuesto generalizado sobre un producto de consumo. Después se lo repartirán a discreción, ahora bien callados todos esos artistas populares y progresistas que se embolsarán -según la asociación de fabricantes de software- 58 millones de euros más del ala el próximo año por este concepto. En otras palabras, 9.650 millones de pesetas que estaremos pagando al otrora solidario Sabina de turno por grabar las fotos de las vacaciones o el vídeo del nuevo sobrino que acaba de nacer. Pagaremos una supuesta compensación por supuestamente copiar un disco, pero la pagaremos por copiar un disco que además viene protegido con sistemas anticopia. O pagaremos derechos a la SGAE por bajar legalmente de Internet una canción y volveremos a pagarla de nuevo por el derecho a grabarla en un disco. En un caso inédito y sorprendente en la historia de la economía occidental, un sector productivo ofende y explota a sus propios consumidores. No parecen entender que la rapiña de la industria musical en todos sus niveles no hacer sino convertir los cánones en réquiems por un sistema que agoniza tras el ataque de los ordenadores.

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