EL AULLIDO
Una idea de España
UN NOMBRE en un mapa, una construcción política, una patria de patrias, un país, un lugar común y casi un tópico, una jaula de grillos... Desde que tengo uso de razón vengo oyendo a los representantes públicos sobre lo del concepto de España. Como brillan otra vez las urnas, vuelven y el tema lo presentan ahora con innovadores conceptos que, en el fondo, significan lo de siempre. Está claro que nos hacen reflexionar sobre la idea de España debido al empeño febril de los nacionalismos, los cuales insólitamente no sólo expresan su postura y la defienden -léase el «Plan Ibarretxe», por ejemplo-, sino que condicionan la de los demás en modo sumo en lo que a política se refiere. Y así surgen destacados integrantes de partidos de ámbito nacional como Odón Elorza y Pascual Maragall que, con su discurso electoral o electoralista colaboran a acrecentar el cuestionamiento actual de la idea de nación. Las preguntas flotan en el ambiente: ¿sigue vigente la actual idea global de España? Hay quien responde a esas preguntas con alardes militares y banderas del tamaño de un campo de fútbol pero están también los que nos hablan del «federalismo asimétrico» y de la obvia «España Plural». ¿Federalismo asimétrico? ¿Pero no somos todos iguales ante la Ley? ¿Pero no andábamos en lo de la libertad, igualdad, fraternidad? Ese afán de que se deje bien claro el «signo distintivo» de algunas autonomías, ¿en realidad no lleva aparejada la exigencia de un «privilegio distintivo»? Son distintas, sí, pero no superiores. Yo personalmente no estoy con la máxima del filósofo posmodernista «el nacionalismo es el egoísmo de los pueblos», pero casi. Fundamentalmente me da la sensación de que el mensaje nacionalista a nivel elemental es: aquí tenemos más recursos económicos que en el resto de España y no queremos compartir. Somos distintos e independientes... Y luego, alrededor de eso, mil argumentos filosóficos, históricos y políticos que, en mi opinión, dejan mucho que desear en el terreno de la solidaridad. Tratando de aportar algo a este debate, recordemos que la Generación del 98 suscitó la misma reflexión nacional -preguntándose ¿qué es España?- tras la pérdida de las últimas colonias y volvió los ojos hacia Castilla como símbolo. La Castilla de Antonio Machado y Azorín, la Castilla como esencia de un país, como pulpa de un pueblo de pueblos. Pues bien, qué buena oportunidad ahora, en plena efervescencia de los nacionalismos y del resurgir internacional del fascismo y fanatismo violento, para volver con justicia los ojos hacia León como metáfora. Sí, hacia León. La tierra de aquellas Cortes que significaron un precedente de la democracia europea, la de las novelas de Luis Mateo Díez, José María Merino, Julio Llamazares... De hecho pocos lugares habrá tan arrinconados y perjudicados por el centralismo -en este caso el de Valladolid- y, a la vez, pocos enclaves se podrá encontrar en este país tan leales en cuanto a su compromiso para con la convivencia. Aunque no soy leonesista, ni mucho menos, no dejo de reconocer la importancia histórica de esta tierra que está siendo repetidamente objeto de serios agravios comparativos. León se duele por ello, sí, pero no se cuestiona lo primordial. O por decirlo con una frase de Juan Pedro Aparicio: «León es una fábrica de españoles». En este momento en el que muchos políticos de nuestro país se sacan de la manga conceptos que significan a la postre insolidaridad, ahora que nos invitan a la gran mayoría a que cambiemos nuestro modo de pensar para que no protesten unos pocos, propongo a León como símbolo y metáfora de un país que se une para ser más fuerte. León como ejemplo de lealtad a pesar de un flagrante olvido autonómico y estatal que le ha impedido desarrollarse con plenitud. Propongo esta metáfora, estimados políticos de todos los partidos, pues es mucho más valiente quien empuña una metáfora, que quien empuña una pistola.