A LA ÚLTIMA
Encarna
CONOCÍ a Encarna Sánchez hace algunos años, cuando los dos trabajábamos en la Cadena Cope. Al terminar nuestro informativo, ella incendiaba la noche con su voz ronca de jornalera de las ondas. Tenía un público fiel, una multitud que la seguía casi con devoción de secta. Mantenía a mucha gente y eran muchos los que vivían de su innegable talento para el espectáculo radiofónico. Pocos han sabido llegar tan hondo al corazón de las gentes y en la radio nadie ha dicho la publicidad como la decía ella. Tenía un mundo propio y una idea de la vida que no hacía falta compartir para saber que era capaz de emocionar a miles de personas. No siempre era ecuánime en sus juicios, pero la recuerdo obsesionada con la idea de combatir la injusticia sin caer en ella. También supe de su generosidad para con quienes, en ocasiones, acudían a la emisora en busca de ayuda. Nunca olvidó de dónde venía. Y venía de muy abajo. Pese a tenerlo todo: fama, dinero y amigos, siempre tuve la impresión de que no era feliz, que habitaba en ella una secreta nostalgia. Al morir, murió con ella toda una época de la radio; una época en la que en el altar de las gentes sencillas la radio ocupaba el lugar que ahora ensucia la televisión. Encarna tenía enemigos -como todo aquel que desnuda su alma ante un micrófono-, pero se fue sin saber que, en realidad los verdaderos felones estaban entre algunos de aquellos a quienes no pocas veces sentó a su mesa o cometió el error de ayudar profesionalmente. Jamás pensé que alguna vez tendría que escribir defendiendo su memoria, la memoria de alguien que ya no está entre nosotros pero que ocupa unas cuantas páginas en los libros de la Historia de la Radio española. Creo que quienes han profanado su imagen, los pobres diablos que presentan los programas de casquería tan de moda en algunas cadenas de televisión y los directivos y dueños de las emisoras que hacen dinero hozando en las vidas ajenas, sólo se merecen el desprecio de la sociedad. Afortunadamente, los cientos de miles de oyentes que la seguían guardan de ella emocionado recuerdo. ¡Qué patria tan amarga la nuestra en la que hay miserables que ni siquiera dejan en paz a los muertos!