Diario de León

CRÉMER CONTRA CRÉMER

El alzheimer y otras demencias

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VICTORIANO CRÉMER
León

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LUCÍA EL SOL con tanta generosidad y contundencia que resultaba inevitable sentirse feliz. Resplandecía la Ciudad como una pintura fresca y las gentes paseaban sin prisa, incluso deteniéndose para corresponder al saludo de un convecino amigo. El poeta decía aquello de «hoy puedo escribir los versos más tristes», sin duda porque la visión del mundo le parecía dramática, pero en este día de septiembre, con el verano prendido de los fustes de los árboles, parecía un pecado no aprovechar tantas señales de generosidad y belleza. De modo que cuando se me acercó la señora, y adelantando la mano, me propuso colaborar en la lucha contra la enfermedad del Alzheimer, me apresuré a comunicar mi adhesión incondicional a su labor y mi emoción personal ante ese fenómeno trágico de la naturaleza humana. Porque el Alzheimer, según las referencias directas que yo tenía, venía a ser como el retroceso hacia los orígenes, pero ya sin esperanza de recuperación. El enfermo se siente flotando en el vacío, perdida la memoria y la consciencia, abandonado de todo lo que cabría pensar que constituiría fundamento de su vida. He tenido el santo horror de asistir al hundimiento de amigos, empujados por el poderoso puño de la enfermedad y os juro que nada en la vida me ha causado más profunda desazón. Contemplaba el amigo enfermo, convertido en una masa incoherente, pérdida la memoria y olvidados todos los rumbos, removiéndose, articulando sonidos, emitiendo ruidos y se me saltaban las lágrimas, porque aquello que veía se me antojaba que era como una nueva muerte, un derrumbamiento total. En vano intentaba llamar su atención, nombrándole, porque no disponía de audición selectiva y supuse que lo mismo que me encubrían a mis sus silencios, a él, el enfermo, el premuerto, el agónico, le sepultaba sus tormentas interiores, si es que las sentía... Estos seres sin memoria representan a mi parecer, como los elementos vivos que la vida destruye, librándoles del mecanismo más poderoso y más activo del ser humano. «A mí me temen más por mi memoria que por mi talento», repetía al profesor. Estas víctimas de Alzheimer no temen que les teman, porque ¡ay! Tampoco les importa que les amen. Andando por esos mundos, en peregrinajes líricos, dí conmigo en Cáceres que es una de las Ciudades más interesantes y bellas de Europa, y en un momento verdaderamente dramático, perdí la memoria. Y confieso que nunca, jamás, pensé que mí biografía está cuajada de momentos tremendos, sentí mayor pavor que entonces, tan hundido en la nada. En León penan centenares de enfermos de Alzheimer y otras demencias. Y esto sí que es motivo para que nuestros organismos se sintieran verdaderamente comprometidos, obligados, cuando menos tanto como pueda interesar el mantenimiento de unas losas históricas o el montaje lúdico de unas fiestas patronales. Naturalmente yo ignoro lo que se necesita de modo apremiante para atender a esta dramática demanda, pero he oído decir de Centros de acogimiento, de grupos de ayuda domiciliaria, de talleres de recuperación de la memoria. Y, claro es, le dije a la señora que me colocaba la insignia de mi colaboración en la solapa, con este solo tributo popular no basta. Y no es solamente una atención debida a nuestros mayores, sino también o sobre todo a nuestros niños tocados por el viento negro de la enfermedad... - Como si no... - ¿Cómo dice? - Que a lo peor, nuestros hombres responsables ni se enteran. - También.

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