EL AULLIDO LUIS ARTIGUE
La llave de niebla
DE VEZ EN CUANDO, casi al azar, llega a mi corazón alguno de esos libros que leímos juntos antes de conocernos, alguno de esos libros sencillamente importantes que hay que recomendar como quien susurra un secreto sagrado a un amigo. Entonces, puesto que ya no estás, escribo en este periódico sobre él. Esparzo por el aire mi hallazgo agradecidamente para compartirlo. El de esta vez se titula así, La llave de niebla (Ed. Calambur), y va firmado por Guadalupe Grande. Un puñado de poemas clarividentes que hablan sobre el funcionamiento de una ciudad, sobre las emociones ambivalentes que genera una ciudad, toda ciudad, cualquier ciudad. Poesía no urbana que esclarece nuestro entorno, lo torna universal y logra así que se convierta en algo un poco más nuestro. Leo estas páginas con detenimiento, al ritmo que cada poema pide, y siento al terminarlo por primera vez que he satisfecho una necesidad. Y me doy cuenta entonces de que mi ciudad es de todos y de nadie porque lo compartido lo siento frecuentemente ajeno sin ser consciente de ello. O no del todo. O yo qué sé. «Venimos caminando hacia el desastre/ desde que inventamos los zapatos» nos dice este poemario como haciéndonos reconocer algo. Y sin embargo versos con vocación de cita literaria como esos dos que acabo de leerte, sí, no constituyen el principal reclamo de dicha obra. Además está el tono delicado y cotidiano, fluidamente profundo, empáticamente íntimo, que logra que la autora hable de la extrañeza en el poema «Postal V» como si nos conociera; o que con ternura éticamente intensa retrate a su padre en «Farmacia de guardia» y parezca el nuestro; o que nos regale su peculiar forma de mirar en «Paso de Museo» como una madre buena que, ante su hijo, apuntara con el dedo índice a la luna. Eso es: este libro -este dedo índice- nos enseña de nuevo a mirar. La autora escribe sobre horarios, semáforos, asfalto o bulevares sin repetir lo obvio, pero contagiándonos de su personal perplejidad. «Lo que importa sucede en los tejados», escribe, y nos incita entonces a observar el mundo desde otra perspectiva, en contrapicado, más lejos de nosotros mismos y de lo evidente: «...tan sólo/ esta conversación de arquitectura y sombra/ tan inerte como la radiografía de nuestras almas». Ahora termino de leer con la sensación de que esto tiene que ver con nosotros, que estamos en la ciudad, y somos parte de ella, y somos ella: «Somos grises como el asfalto.../ gris acera, gris fachada,/ qué más da». Esta autora, estás páginas, esta ciudad. Y saber que alguien nos mira con empatía e incluso hace de nosotros materia de eternidad. Que aún existe la fe en el otro, en lo otro y en el valor irrenunciable de las pequeñas cosas. Que todavía brilla a veces la poesía como si nunca hubiera caído en desgracia. Que importamos. Aún más. Alguien dice el nombre del lugar en el que hemos nacido y sentimos que nos nombra un poco, que siempre estaremos de algún modo ahí dentro. Igualmente, creo, estamos al leerlo dentro de este libro. Valiosamente dentro como las semillas de manzana. He aquí el ámbito urbano -Madrid, o León, o Itaca- recreado sin grandilocuencia o concesiones a pesar de ese tono reflexivo. Con destreza. Sin complacencia social. Siempre evocado a partir de un elevado tono ético patente, por ejemplo, en los poemas «Postal VII» y «Centro Comercial». He aquí la luz de una farola. Letrero luminoso. Poesía necesaria que nos ayuda a observar y a observarnos, a permanecer despiertos, a no conformarnos con la circundante y desindividualizada mediocridad. Una vez, cuando te fuiste, releí con los ojos vidriosos esos dos últimos versos con los que acaba -qué casualidad- el poema «Ciudad» de Kavafis, y desde entonces dueles demasiado. Ahora ha llegado a mí este poemario y es la ciudad de nuevo, sí, pero nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos. Regresa la ciudad de otra manera. Aquí estás. Por eso en este instante te lo digo a ti como a una persona más, a ti y a todo el que lea esto: la poesía es, también, un tratado de urbanismo. O dicho de otra forma: se acaba de publicar La llave de niebla de Guadalupe Grande. Ciudadanos, ciudadanas, hagan correr la voz.