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Publicado por
Antonio Núñez
León

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CUANDO UNA pareja no puede tener hijos lo normal hoy día es recurrir a las técnicas de fecundación in vitro, sistema que sirve igual para animales de dos que de cuatro patas: se coge o se compra el semen en «pajuelas» -que son lo que su propio nombre indica- congelados en nitrógeno líquido a doscientos y pico grados bajo cero, se siembran o implantan donde siempre se implantaron estas cosas y, zas, al cabo de equis tiempo nace un niño o un ternero. Las ventajas para multiplicar ambas especies son obvias y los inconvenientes mínimos salvo, claro está, para el cabeza de familia y, en su caso, el toro. Gages, en fin de una sociedad cada vez menos machista. En la erótica del poder viene a pasar lo mismo, si bien no se había experimentado hasta ahora. En la pareja autonómica de Castilla y León, por ejemplo, infecunda donde las haya, a alguien de Valladolid debió ocurrírsele que poniendo un huevo de la Junta allí y una pajuela aquí, mental por supuesto, se podría engendrar la Fundación Villalar como nexo para garantizar la descendencia de la gran familia política de la región, visto que de otra forma no había nada que hacer. Casi dos meses después de la parida de Villalar, con perdón, ninguna institución leonesa se ha apuntado a la pajuela entre ayuntamientos, Diputación, Universidad, patronales y sindicatos, aunque a más de uno no le hubiera importado perpetuarse así en el cargo. «A lo mejor le tienen todavía un respeto a las formas, porque tanto monta, monta tanto», cavilan a la vez veteranos ganaderos, toros y, por extensión, los alcaldes más cabestros. Quitando la gripe, no hay nada que se contagie más este otoño que las fundaciones. El PP tiene la de Cánovas del Castillo, el PSOE la de Pablo Iglesias y hasta en Hacienda algún memo que no es consciente de la quiebra del Estado está poniendo en marcha otra fundación antitabaco (seguramente es un infiltrado de Arzallus, porque Pujol es de los que no desprecian los impuestos especiales y fuma de gorra). La charlotada fundamentalista de las fundaciones se extiende estos días como una mancha de aceite. Aprovechando que Villalar no queda lejos del Pisuerga, el cual pasa por Valladolid, la UPL propone crear como alternativa la fundación Cortes de León, las más antiguas y democráticas del mundo, según ellos. Y, a partir de ahí lo de siempre: vuelta atrás en un mundo ya casi sin fronteras y, gracias a Dios, sin vuelta de hoja. De cómo se entendía la democracia en las viejas Cortes Leonesas sabía bastante don Claudio Sánchez Albornoz y sabe todavía Antonio Viñayo, abad de San Isidoro al que entre cabezada y cabezada del tributo del Foro u Oferta en vísperas de San Froilán, justo hoy, quizá no le importaría volver a los viejos y buenos tiempos de cuando las Cortes eran cosa de nobles (un tercio), del clero (otro) y lo que quedaba para todos los demás (más menos que más). Dónde encaje aquí el procurador leonesista Joaquín Otero, que es el padre de la nueva fundación, a lo mejor no lo sabe ni él. O, a lo peor, ni se lo imagina. Da grima ver a la clase política embarcada en disquisiciones cuasi metafísicas sobre las señas de identidad de una provincia que antaño fue el más próspero cruce de caminos del noroeste, incluído el de Santiago, y de mestizaje de culturas, desde los tiempos de los celtas (cortos), los maragatos, los ferrocarriles e, incluso, las bacterias (Antibióticos). Por el contrario ahora a la provincia, como a las gallinas, le pasa lo que al aeropuerto de La Virgen del Camino: tiene alas, pero no vuela. Puestos a hacer el gallo, Otero debería aplicarse a otras cosas. Si los de Valladolid quieren desempolvar el esperma de los comuneros después de varios cientos de años bajo cero para el engendro de Villalar no es menos difícil el parto de la fundación Cortes Leonesas a base de pergaminos. Ambos proyectos se parecen como una gota de agua a la reumática oveja Dolly. Ya va siendo hora de que la UPL vuelva también a sus orígenes, que son de anteayer, no los de don Pelayo, y se apreste de nuevo a reivindicar cosas de mayor sustancia: en tal sitio menos cierres de minas, en tal otro una autovia con los mismos carriles, como mínimo, que los de Casteldefells, más allá un respeto a los regadíos, nada de que nos pisen el charco, etcétera. Para estas cosas se solía votar a los leonesistas, aunque ahora cada vez menos, cuando la gente estaba harta de la prepotencia de Madrid y de la Junta, mandara el PSOE o mandara el PP. Ahora da la impresión de que la política de pactos y repactos de los leonesistas con unos y con otros y donde haga falta, se limita a perpetuar ciertos cargos por reproducción asistida. Sin mentar nombres, digamos que pelines a la mar.