Diario de León

CRÉMER CONTRA CRÉMER

La novela negra del estrangulador de Holloway

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VICTORIANO CRÉMER
León

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TODA la España más o menos liberada, aparcó sus preocupaciones deportivas y televisivas, los hechos más importantes, para quedarse prendidos con la monstruosa novela negra de la cual resultó al final protagonista confeso, un inglés («que al lado mío se sentó», decía la copla), el cual, una vez establecido en un pueblecito encantado de la Andalucía profunda, se dedicó a violar mujeres, a perseguirlas y finalmente a degollarlas. Hasta el momento se le han descubierto dos o tres muertes, pero se sospecha con mucho fundamento que el tal hijo de la Gran Bretaña aún puede ser que registre otros motivos de espanto. Naturalmente una vez que el Tony Alexandre King, que tal era o es o será el nombre del bestial intruso nacional, dio cuenta de sus víctimas, se dedicó a cuidar las apariencias. Y hasta tal punto lo consiguió que incluso una de sus compañeras sentimentales declaró que se trataba de un chico bueno, que solamente se ponía agresivo y odioso cuando bebía. Pero que ni siquiera cargado de alcohol como una cuba de Domecq, se le notaban sus instintos de carnicero corrompido... La Policía española, la justicia española, los jueces españoles, los miembros del Jurado Popular y se supone que hasta el cura de la parroquia andaluza, así que contemplaron las manchas de sangre en las calles, se opusieron a trabajar. Y los unos y los otros, después de investigaciones minuciosas y de consultar los textos sagrados, llegaron a la conclusión de que la matadora de una de las víctimas, Rocío Wanninkof, era, podía ser, según todos los indicios, Dolores Vázquez, una vecina, amiga sentimental de su madre. Y el Jurado Popular, ateniéndose a los datos que la Policía, el fiscal y el juez ofrecían, decidió condenar a Dolores a cerca de veinte años de prisión. La inculpada dijo que era inocente, pero si se tiene en cuenta que también cuando lo del juicio contra Jesús el jurado popular había decidido que el Galiano era el malo y Barrabás el bueno, la pobre señora culpada entró en prisión. En tanto y en cuanto, por uno de esos milagrosos azares que a veces consiguen que la policía por coger al que no es coge al que es, el juez sospechó que en aquella novela faltaba o sobraba un capítulo y suspendió el juicio. Hasta que al fin el malvado fue descubierto y la condenada rehabilitada. Y todo esto que, efectivamente, tiene todas las características de un folletín, dejó en el ambiente hispano la sensación de que algo sin duda debía de revisarse y cambiarse en cosa de leyes y procesos para que ni la Guardia Civil, ni los miembros del jurado ni los señores fiscales y jueces pudieran verse expuestos a cometer un error que pudiera llevar a prisión a inocentes. Sin duda, entre los instrumentos de gobierno de un Estado como el español, el que con todo el rigor que da la honestidad profesional mantiene el honor de un sistema, es la Justicia. Sin la seguridad en que será adecuadamente manejada y entendida y que en ningún momento sus representantes caerán por precisión en errores dramáticos, la Justicia independiente y limpia es el fundamento de la estabilidad y la honorabilidad de un régimen. No es concebible, en buena doctrina ni una justicia precipitada, ni unos justicieros impulsivos. La Justicia puede ser la madre de todos los vicios y de todas las virtudes.

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