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Publicado por
JOSÉ-ROMÁN FLECHA ANDRÉS
León

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Nuestro refranero es muy rico en sentencias sobre el dinero. Muchas de ellas lo enaltecen como si fuera el mayor de los bienes: «No hay mejor amigo ni hermano que el dinero en la mano». Algunas ridiculizan a quien lo convierte en su mayor tesoro: «Asno cargado de oro rebuzna como los otros». No faltan tampoco las que nos avisan del peligro de convertirnos en sus esclavos: «El dinero es buen servidor, pero como amo, no lo hay peor». Siendo tan ambiguo, el tema del dinero habría de aparecer una y otra vez en las exhortaciones cristianas. En uno de sus sermones, San Juan de Ávila recoge los lamentos de los que se quejan de que Dios no les concede lo que le piden. Responde el Santo preguntándose «para qué había de dar Dios espada a un loco. ¿No sería gran locura dar armas a un frenético, para que con ellas matase los hombres?» Así que, viendo que se usa el dinero en vanidades y carnalidades, Dios debe de pensar que no quiere hacerse compañero y cómplice de nuestras locuras. En el capítulo décimo, el evangelio según San Marcos pasa revista a nuestras mayores aficiones: la del placer, la del tener y la del poder. El texto de hoy se refiere a la segunda (cf. Mc 10, 17-30). Alguien pregunta a Jesús qué ha de hacer para heredar la vida eterna. Jesús no le propone una ética novedosa: basta con que ponga en práctica los grandes valores que se reflejan en los mandamientos de Moisés. Como los ha cumplido desde su juventud, Jesús le sugiere que venda sus bienes, entregue el dinero a los pobres y lo siga. Ante esa propuesta, el buen cumplidor de la Ley se retira pesaroso. Era muy rico. El relato evangélico aprovecha para insertar una catequesis sobre las riquezas. Si bien se mira, Jesús no las maldice. Pero no deja de poner en guardia a los suyos sobre un grave peligro. El de convertirlas en ídolos y poner en ellas toda la confianza . Sólo Dios es Salvador. Sólo en Él se puede confiar de verdad. Él es el fundamento de la fe y el apoyo radical de la existencia. Nada se puede igualar a Él. Eso es lo que dice Jesús: «¡Qué difícil les es entrar en el Reino de Dios a los que ponen su confianza en el dinero!». Al final nos queda en el recuerdo la propuesta que Jesús hace al rico que le plantea la pregunta más importante de su vida: «Vende lo que tienes, dale el dinero a los pobres (¿) y luego sígueme». ¿ «Vende lo que tienes». El primer paso es puramente instrumental. Es la condición previa para todo el proceso. En muchas ocasiones resultará muy costosos. Pero es la señal mínima de la seriedad de ese proyecto de vida que se pretende seguir. ¿ «Dale el dinero a los pobres». El cambio de vida no termina en una decisión intimista. No puede reducirse a una mera ascética personal o a un nuevo modo de meditación. El «yo» no puede realizarse sin el descubrimiento del «otro». El camino pasa por la atención a los pobres. ¿ «Y luego sígueme». En el itinerario cristiano ni el ascetismo ni la solidaridad se justifican por sí mismos. No salva la pobreza por sí misma. Ni cualquier tipo de solidaridad es cristiana, por meritoria que sea. El seguimiento del Maestro es la clave de la vida cristiana. - Señor Jesús, danos la libertad para no dejarnos esclavizar por nuestros bienes, la generosidad para acercarnos a los pobres de este mundo y la disponibilidad para seguirte cada día. Amén.