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CRÉMER CONTRA CRÉMER

Las buenas o las malas costumbres

Publicado por
VICTORIANO CRÉMER
León

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LO QUE SUCEDE, lo que al menos a mí me lo parece, es que no queremos darnos cuenta de que, como se canta en La verbena de la Paloma , hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad y a los pacíficos ciudadanos les alarma el fenómeno, porque como sucede en política, no sabemos si subimos o bajamos, que diría el señor Rajoy. Las llamadas costumbres tradicionales permanecen, precisamente cuando menos falta hace, y sobre todo cuando no se corresponde su celebración con la realidad. Hoy ni los muchachos juegan al «marro» ni las chicas al corro. Sin embargo... Sin embargo se conservan sus versiones modernas, como pueden ser las elecciones de Miss lo que sea, los bailes comunitarios y las pitanzas después de la novena del Santo. Esto es lo desconcertante: Nuestros pueblos, y también nuestras Ciudades, pese a mantener la ilusión por abrir una ventana particular o colectiva en el Internet, componen sus programas de fiestas, no diremos que de la manera más hortera, pero sí del modo menos provechoso desde el punto de vista cultural. Las sociedades de nuestros poblados han consentido observar cómo desaparecen de los planes lúdicos de los pueblos algunos de los objetivos a los cuales se les atribuía el máximo prestigio y por los cuales el nombre del pueblo, de la Región o de la Comunidad se inscribía en el Libro Blanco de los pueblos cultos. Y cada lugar solía contar con un Coro, con un Cuadro artístico y con una maestra influyente, con sensibilidad suficiente como para no permitir que sus vecinos cayeran por ejemplo, es un decir, en una chabacanería de la televisión con su Gran Hermano y sus competiciones para la promoción de famosas . Cuando era llegada la fiesta del Cristo, por ejemplo, o del santo de la devoción general, naturalmente se celebraba la misa, cantada por el coro del pueblo, y se leían versos de Rubén Darío y se representaba en la Plaza la versión del drama de Genoveva de Bravante. También se perdía el buen reparto de chocolate con churros hechos a mano. Y el pueblo entero y verdadero lo pasaba guay y se permitía la licencia, con licencia episcopal, de celebrar el Día de las Bodegas. Bueno, pues como demostración fehaciente de que efectivamente algo ha cambiado o nos han cambiado, ahora y en esta hora de la Operación Triunfo , las fiestas se atienen a un programa estricto y dicen que más en línea con el espíritu progresista que debe animar a la sociedad. La imaginación, el talento y los dineros de los actuales mecanismos de fiestas, recogidos por uno de los concejales más despiertos, concentra su programa en números tan elocuentes y significativos como por ejemplo la elección de Mis Montanza de la Perinola; el concurso de los comedores de grucha en escabeche y el bailongo bajo la carpa... Y las buenas y hasta las malas gentes se divierten. Pero no es lo mismo. Son fiestas auténticamente de pueblo dejado de la mano de la cultura, de sociedades o comunidades estancadas. Y como decía la señora maestra de mi pueblo, si un pueblo no es capaz de superar sus índices tradicionales de mal gusto, a veces por aquello de la tradición, está expuesto a terminar entre polvo y cascote. No es, como se argumenta en ocasiones, un problema de limitación de medios económicos. Es una cuestión de imaginación: De ahí el grito revolucionario de «la imaginación al Ayuntamiento, a los Ayuntamientos», antes de: que la contaminación de la vulgaridad nos hunda en la broza.

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