Diario de León

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UN TROZO GRANDE del periodismo comprometido ha muerto en Bangkok vestido de Vázquez Montalbán, periodismo de raza y de ninguna academia, pasión por la verdad del hombre en un mundo desarreglado y propenso al delirio fascistilla, escritura inagotable, cien kilómetros de letra editada, novelas y novelas, artículos veinte mil, galeradas y galeradas, algunas aún pendientes de que las revisara estos días para su publicación después de este viaje oriental cuya vuelta canceló la muerte revestida de fatalidad y de cierto enigma, ese que él conjugó con magisterio en su literatura policiaca, pues casi a la vez moría ayer en la capital catalana su eterna musa de resistencia política, Juana Doña; se prologaron mutuamente en sus libros y en sus finales. Mucha orfandad ha sembrado su muerte, este desconsuelo. Su talla literaria bebió en la ideas y en la vida más que en la pluma y su alarde. Un sentimental le dormía en la entraña bajo un discurso que algunos entendieron rígido, inasediable, cuando sólo era coherencia y conocimiento, compromiso con la verdad cultivada y una honestidad innegociable. Conocía. Sabía un huevo de todo lo que hubiera que saber y agüevaba el discutirle. Su resuelta curiosidad se traducía en la autoridad de su palabra que sólo llegaba tras silencios bien administrados. Manolo, estás muy callado, le decían. Así ocurrió la única vez que le traté en una recordada cena hace algunos años en Cacabelos después de compartir con él un debate en el que Alonso Puerta, aquel chisgarabís de la izquierdina del «Pasoc» y del Masoc, habló por todos y nadie le contenía... ni en el debate ni en la cena, hasta que los cien orujos que Prada se empeñó en que probáramos anestesiaron la sofocante logorrea del Puerta, alumbrando la solidez de charla y criterio con el que Montalbán hacía inolvidable una sobremesa. Nos dieron las mil y tantas. Me admiró que desde su lejanía viniera a estas galias remotas sin caché y por amor a la causa, la causa de los demás, que era la suya. Y hacía suyo el gozo por vivir, el arte de un plato, la curiosidad voraz en viajes pesquisados. Heredé su espacio en «Protagonistas» y también me agüevé. Le mató trabajar tanto, dijo la Pamiès. Se muere la raza. Carandell y el Perich le esperaban, pero jamás tan pronto. ¿Se estarán riendo los tres de lo que aquí queda y nos dejan?

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