Diario de León

CORNADA DE LOBO

De púrpura y oro

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QUINIENTAS MIL leandras es lo que vienen a costar los arreos vestimentales de un purpurado, esto es, sotana, capa, capelo que ahora es birrete y fajín de moaré, solideo aparte y sin contar tampoco las zapatillas de cordobán bruñido, la calcetinada roja, una mitra y un anillazo que anuncie de lejos el poder, la curia y el misterio. Como habrá que suponer que cada cardenal ha de tener dos de estos trajes talares para cuando lleve uno al tinte, la broma de revestirse le sale por el millón de cucas en el caso más barato, que es lo mismo que se pule por el traje de un torero (más cornadas da el demonio). Los sastres de Roma agradecen al Vaticano el aumento de nómina en el colegio cardenalicio, pero lamentan muy mucho que ahora las capas no arrastren una cola de siete metros, siete, abrillantador insuperable del mármol pulido, frufrú que reza lujos en los inmensos pasillos de la curia. Lejos, en los limbos de la historia, un viejo pescador de Galilea rumia y evoca y no recuerda jamás a Cristo vistendo algo púrpura, quita allá, salvo aquella vez que le echaron sobre los hombros una esclavina de este color en el palacio de Pilatos para presentarlo como el rey de los judíos, que la púrpura es atributo de la corona o de la burla ante la muerte. Tal es así, que los reyes leoneses y el episcopado comendatario del siglo XII prohibieron taxativamente el uso de estos paños tintados que empezaba a ser obsesivo entre hidalgos mindundis y tenderones con riñón engrasado. Decían que era un lujo escandalizante, un alarde impropio y un insulto a los tendidos. Pero la carísima tela púrpura era moneda de cambio, signo externo, y eso era como pedirle a un gañán convertido en constructor que renuncie al audi o que su mujer pase del versace o del armani, que cuestan más que un ropero cardenalicio y nadie se escandaliza. La auténtica púrpura se obtiene de unos moluscos marítimos de los que se extrae este tinte, los múrices principalmente. Su escasez y la laboriosidad de estas tinturas elevaban el precio. ¿Quién renuncia a distinguirse cuando tiene el poder por el rabo? Si el tinte verde hubiera sido más caro, los cardenales parecerían hoy manzanas reinetas y no «gambe curte», gambas cocidas, que así les llaman todavía los romanos que beben en la ironía de Curzio Malaparte o Alberto Moravia.

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