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ZAPATITOS DE MINISTRA, vaya tela leoparda de la que están hechos, no hay rubor, safari cabaretero parece, obsesiva moda, esos zapatos que hacen bajar la vista de estupor o de rubor ajeno, válgame el cielo, con frufrú en el taconeo, con aguja en el tacón, qué aires... Corre el gusto por el zapato vampirés, nadie se priva. No hay salón, boda o sarao que no se inunde de picudas amenazas en los pies. Cualquier escaparate escupe punterazos al ojo; todo son zapatitos de vértigo que te alzan metro y medio y se adelantan a las vísperas con una aguzada punta descomunal. Tal es así, que estás tu aquí y tu puntera en Palencia. No imagino cómodo el andar en esos carísimos zancos. Y esa afilada punta que se anuncia como estilete ha de reportar necesariamente a la paisana un caminar algo esdrújulo, como de garza real entre pedruscos. Lucir, lucen, pero joder el pinrel también debe estar entre sus virtudes. Los calza la estirada para ser aún más pináculo, la ñarra por engañar, la botillo, la guaja buscando esbeltez o novio y hasta la maricona en sus delirios trasvestidos. Furor causan. Ni que decir tiene que sus diseñadores se inspiraron en los aires demodés de los putones de lujo con arrebol de artista que en los años cincuenta hacían de malas en las pelis buenas. Es agotamiento de imaginación, parálisis creativa y descarado plagio de los estilos que el tiempo ha ido felizmente rematando y estos jetas resucitan (los corsés de blonda al aire, los sostenes armados, las telas chinas, la pantalonada campanera, las solapas de dos centímetros, los chirriantes colorines jipis, las faldas de tubo o las patillas de arcabuz del Tempranillo, también). Los podólogos se dan con un canto en los dientes, crece el martirio, suena la caja. Nos escandalizaba la filipina Imelda con sus armarios y colecciones de zapatos repujados en piel de pobre, pero en realidad se la envidia y, ahora que se puede, se la copia y se exagera. En el manual de viejas artes de seducción se indicaba como alarde galán de amorío apurar el champán de una juerga corrida bebiéndolo en un zapato de tacón de la doncella a cautivar o revolcar (champán al cabrales, salsorra que hoy todo cubre). Pero estos zapatos de hoy, y haciéndoles un agujero en la punta, valen para beber como en porrón, que es más racial y celtibérico.