Diario de León

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CON MAMPORRAZO al tambor y a cornetazo limpio llegó la Pasión hace ya un mes a mi ventana taladrando tímpanos y así seguirá hasta que Cristo resucite o san Juan baje el dedo, que ni amaga. ¿Me resigno? Hago acopio de tapones y paciencia. Escuchar todos los días, todos, repetida hasta el vómito una modorra cantinela a quince mil decibelios es, cuando menos, queridos cofrades, torturante... tararíííí... y muy enervante... porrorónpónpón... No vale siquiera doble ventana o echar persiana, guardarse, ir a la habitación del fondo donde el patio se convierte en caja de resonancia, de manera que varias horas al día me transportáis, amantísimos nazarenos de la Despiadada Matraca, a un Gólgota de ruidosa tralla lacerante, a una impunidad de ley fumada, a un alarde de pelotas y trompetas porque sí. Me resigno. Y blasfemo por vuestra culpa. No me cabe en la cabeza que haya de soportar esta tortura un año más, pedradas de tambor, cornetines desgañitados. Todo es cuartelero y, además, multiplicado, insulto a la calma, al respeto y a la música. Sobre todo, a la música. ¿Sois tan infinitamente torpes que necesitáis ensayar todos los días, nueve meses seguidos? ¿Tenéis una alpargata por oreja?... Tengo un pequeñito busto de un Bach gordinflas que gané cuando estudiaba piano de guaje que, cada vez que colgáis en mi terraza el cornetazo, se le arruga la frente de escayola de pura furia y tengo que meterle en el frigorífico, único reducto silencioso, entre cervezas alemanas, hasta que cesa la marea de truenos y esa ensalada de estrépitos. Así todos los días. Me da pena el pobre hombre con su peluca barroca. Me dice que es más dulce morir congelado que perder el oído, su pan. Pero yo no puedo meterme en el frigo, así que a joderse tocan; vaya si tocan. Ha cambiado la gobernación municipal, pero este calvario no cesa. Antes érais partida de votos. Ahora también. Va para costumbre la cosa y la costumbre hace ley. Mira al que se cuela a dedo; si aguanta tres años en el momio, le hacen funcionario vitalicio. Llegaís, cofrades trompeteros, cuando se van las golondrinas. Lo decía Bécquer: Volverán los oscuros golondrones de tu ventana sus truenos a colgar, volverán soplacornetas y papones, vaya si volverán, pero aquellas normas ciudadanas que prohibían tocaduras de cojones, aquellas no volverán.

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