Diario de León

CRÉMER CONTRA CRÉMER

La caridad bien entendida

Publicado por
VICTORIANO CRÉMER
León

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«LA CARIDAD bien entendida, galán, me repetía mi tía la del pueblo, empieza por uno mismo. O sea que es bueno y Dios se lo premiará que el buen ciudadano, teniendo en cuenta que ya la Constitución garantiza que todo aquel español tiene derecho a comer, a beber y a vivir bajo tejado, haga caridades y socorra al prójimo como quisiera que él mismo fuera socorrido en caso de necesidad. La invención de las organizaciones no gubernamentales dedicadas a proporcionar agua y fríjoles a los míseros de la América hispana, nos conmueve y en la media que nos es posible y permitido procuramos colaborar a fin de que como decía aquel benemérito matador, «no quede en el haz de la tierra, ni un español -o ningún nigeriano, que para el caso tanto monta- sin pan y sin lumbre». España, la España de don Aznar, de don Ibarrexche, de don Fraga o de cualquiera y cada uno de los españolitos esparcidos por este mundo, cumple en la medida que los presupuestos y la buena voluntad permite con sus obligaciones como tierra de promisión. Aquí recalan, a miles, los ecuatorianos, los rumanos, los nigerianos, los marroquíes o moros, los tanzanios, los palestinos de la diáspora y todo aquel que huye del hambre. Y aunque no hay pan para todos, todavía somos capaces de quitárselo de la boca para que el infeliz desarraigado no se muera extenuado entre rocas. La llamada Ley de la Inmigración, cuyo texto desconozco, pero que como todas las leyes excluyentes me llena de temor, pone cercos a los fugitivos y de hecho les condena a morir entre rejas. Porque el hambre, mi querida tía, es terrible y más por hambre que por amor, el hombre mata y muere... El hombrín de la calle, que ya se sabe usted lo malicioso que es sobre todo cuando se juega con su vida y con su hacienda, siempre sospecha del resultado de su misericordia para con el prójimo y piensa (piensa mal y acertarás) que todos son de la misma condición. Se reúnen los llamados pueblos ricos o estables en algún lugar del mundo y lo triste es que no se reúnen para encontrar modos, fórmulas, normas, leyes que impidan que estas peregrinaciones del hambre deriven hacia las tierras propias, a donde es posible que no se disfrute de la felicidad total, porque esto es imposible, pero en cuyos espacios generosos pueden encontrar un puesto a la lumbre. No tenemos dineros para todos, dicen los estadistas y es verdad. Pero así como se establecen prioridades a la hora de los repartos, también es obligado someter a nuestras economías a reglas fundamentadas en la caridad. Y es, cuando menos, vergonzoso que en tanto y en cuanto nosotros, los españoles del éxodo y del llanto, los fugitivos de la barbaria bélica, pongamos puertas al campo y muros al mar para que los pobres del mundo no puedan penetrar en nuestra casa, se disponga de trescientos millones de dólares, arrancados de nuestros fondos de reserva para contingencias infelices, para sostener la guerra de don George W. Bush; o la providente política armamentista de don Trillo nos impulse a revisar a la alta la asignación de nuestros heroicos ejércitos. Nuestra preparación para cualquier guerra nos está costando un huevo y la yema del otro, tía y así no hay quien viva.

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