REFLEXIONES
Réquiem
CON ESA palabra latina, que significa descanso, comenzaban siempre las misas de difuntos. Pertenecía a una plegaria cristiana que decía así: «Dales, Señor, el descanso eterno y brille para ellos la luz perpetua». Aquella oración no se encontraba en la Biblia, sino en el cuarto libro de Esdras, un apócrifo que gozó de un crédito asombroso a lo largo de la tradición cristiana. A muchos amigos de la música la palabra «Réquiem» les evocará sin duda la última obra de Mozart, completada por uno de sus discípulos. Otros recordarán el Réquiem de Robert Schumann, que, en su romanticismo, es testimonio de una sincera esperanza. O el más moderno Réquiem del compositor Gabriel Fauré, que nos anticipa la paz de la patria eterna. Los cristianos oímos esta palabra, sabiendo que no nos asoma al abismo de la muerte, sino que nos trae la sugerencia de la gloria que nos ha sido prometida por el Señor. Semilla de eternidad El día 2 de noviembre la Iglesia nos invita a recordar a todos nuestros difuntos, a interceder por ellos en la oración y a meditar sobre ese «máximo enigma de la vida humana», que es la muerte, según afirma el Concilio Vaticano II (GS 18). El mismo Concilio nos da una razón de nuestra resistencia, al decir que «la semilla de eternidad que llevamos en nosotros, se subleva contra la muerte». De poco vale que una sola pantalla de televisión haga pasar ante nuestros ojos unas cuarenta mil muerte violentas cada año. De poco sirve la trivialización diaria de la muerte. Nada logra domesticarla. Nuestra fe nos dice que «el hombre ha sido creado por Dios para un destino feliz situado más allá de las fronteras de la miseria terrestre». Dios nos ha creado para que vivamos su misma vida y nos llama a la perpetua comunión de la incorruptible vida divina. En Cristo resucitado hemos recibido el anticipo de nuestra victoria sobre la muerte. Esa misma fe nos «ofrece la posibilidad de una comunión con nuestros mismos queridos hermanos arrebatados por la muerte, dándonos la esperanza de que poseen ya en Dios la vida verdadera». Estar con el Señor En el evangelio que hoy se nos proclama, Jesús nos hace una promesa que fundamenta nuestra esperanza: «Cuando vaya y os prepare sitio, volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo estéis también vosotros» (Jn 14,3). - Jesucristo nos prepara un sitio. Nos lo ha preparado al ofrecernos su amistad, al permitirnos que le sigamos por el camino. Nos prepara el lugar de la fe y de la cercanía a su luz y a su suerte. Y nos preparará el don de su gloria que ya nos ha sido concedido. - El Señor nos llevará consigo. Si hemos hecho de nuestra vida un ejercicio de seguimiento del Señor, sabemos que ese empeño no quedará frustrado. Ya en su pascua ha empezado a tomarnos consigo. Y nos acogerá en su casa, como sugiere el verbo utilizado por el evangelio. - El que fue anunciado como el Emmanuel, o Dios con nosotros, quiere que nosotros estemos con él para siempre. Así oraba Él: «Padre, quiero que donde voy a estar, estén también conmigo los que me has dado y así contemplen mi gloria» (Jn 17,24). - Escucha, Señor, nuestras súplicas para que, al confesar la resurrección de Jesucristo, tu Hijo, se afiance nuestra esperanza de que todos tus hijos resucitarán. Por el mismo Jesucristo nuestro Señor. Amén.