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ALBRICIAS supinas y picudos alborozos recorren hoy la corte para sollozo de cortesanas y alivio general. El Príncipe se casa y una ciudadana sin especial abolengo es la elegida. Un calambrazo de estupor y una nada disimulada indignación se sirvió ayer de postre en muchas cenas con candelabros. La aristocracia ha visto pasar de largo una lotería que por narices borbónicas por razón de Estado siempre tocaba en casa. A muchas infantas europeas y a muchas meritorias nacionales con escudo de marquesado bordado en las bragas que acosaron al heredero o soñaron con trincarle por la bragueta, a todas éstas y a cien más, se les ha roto el cántaro de su lechería ante una plebeya guapísima, cortésmente resuelta, con trazas de repulida en internados y estudiada, calculadamente risueña y, por mor de su trabajo en el espectáculo de la información, estampa familiar, como de casa a la hora del telediario, asomada a toda España desde el ventanal de dos ojazos que seducen. Estupenda zagala. Genial salto. De la redacción, a palacio. La sangre real no es monopolio de realeza. La sangre azul ya sólo corre en los bolígrafos. Se celebra entre los plebeyos la resuelta decisión del Príncipe. Mandó el corazón y eso es lo bueno. Y además ye asturianina, lo que viene a llenar de alborozo a nuestra vecindad del Principado, que ya sabe lo que es tener a una paisana cuarenta años soplándole la oreja al que más manda en el país y que por Carmen Polo atendía. También va a ser fácil la chirigota de llamar a Felipe de Borbón «Príncipe de Asturias y de la Asturiana», pues también tiene ese rostro de Letizia Ortiz el regusto dulce de un anís de fiesta. Se supone, por si fuera poco, que esta chica ya no es sólo la novia del Príncipe, la perfecta plebeya que no desdorará un trono. Estamos hablando de la próxima reina de España y esto es algo más que pasto de revistas. Su corona no es de miss ni aquí hay lagrimones de emoción histérica por el primer premio. Su corona será regia, como diría un argentino mariposote. Muchos Josemis rechinarán, habrá quienes le hagan un sentido cuplé como a la reina Mercedes, habrá gente llana borracha de romanticismo, editores frotando el negocio e incluso algún leonesista inflado de verbo por creer que colocar una asturiana en el trono es en el fondo una restauración de la dinastía real astur-leonesa.

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