Diario de León

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OLAS exageradas se encrespan en las marejadas de bar donde los cazadores relatan sus proezas navegando en una chalupa de mentiras y furias. Se levantó la veda de cazar corzos, perdices o quimeras. Amaneció el escopetero con ganas de trofeo y, bien de mañanita, se planta en el campo, en cuadrilla, en alboroto de ganas, y saca un reclamo prohibido para encelar a la víctima. Lleva una artillería de mucho pecado. No se priva de armas y arreos, cueros y trajes, moda de catálogo y cortinglé con la que acaba pareciéndose a un sangentín Tapioca (sobre la gama de sombreros, ahórrese cualquier comentario). Lo propio es que cace nada o una polla de agua, pues anda la riqueza cinegética sin cotizar ni en bolsa ni en zurrón. Pero caza en el diccionario superlativos que adornan su destreza y sus piezas abatidas; y en el bar dispara siempre a lo más alto. Ahora la moda de los nuevos ricos es la caza mayor, palo al ciervo, perdigonada al rebeco y tentetieso quedó el jabato. Un rifle de bala bestia con un teleobjetivo largo como una cuaresma es alarde de clase con el que un gañán pretende demostrar lo listo que es en sus negocios ladrilleros o cazando trampas subvencionadas. Tampoco es manco el todoterreno (un «tocarrera» le dicen en las Regueras) que luce el pájaro colándolo por trochas y senderos hasta contaminar el último rincón recoleto que quedaba en esta tierra. Estoy en mi ley y en mi coto, piensa el tío. Y si alguien cruza por allí, por aquella collada o vereda, se alza en armas y gritos impidiendo el paso porque la peña está dando un ojeo, la mano o una perdigonada en el culo. El campo es suyo. Le ponen puertas. Y cancillas en los caminos de servidumbre. Le ocurrió a Alberto en la collada de Rucayo: usted no puede pasar por aquí... por cojones y por escopetas... Y es que el campo abierto esta ahora cerrado, parece propiedad particular... lo es. Ni los perros pueden andar sueltos ni las setas son ya del común. La naturaleza, para el que la caza. Quien vaya al campo a disparar sólo miradas y gozar la borrachera de colores de los otoños no tiene sitio, ni vez, ni licencia... Frente a ellos surgirá insolente «la cuadrilla». Y entonces es cuando añoro a los cazadores cabales, al solitario de calma y un solo perro. Delibes, vuelve, por favor. Don Avelino, resucite usted y enséñeles estilo.

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