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AL PADRE ISLA le tengo yo muy visto, como todos los leoneses, y muy poco o nada leído, como todos los cazurros; cosa de bachillerato, seguramente, y de forzar lecturas a regletazos. Fray Gerundio es un novelón que se alza en lanzas de tinta contra latinicultos y retóricos que hablan en hueco con mucho barroquismo, pero no es menos cierto que cuando deambula por esta historia se hace un tanto pesadito el cura de Vidanes, don Jose Francisco de Isla, dibujando al preste de Campazas, alias Zotes. Siempre creyó que había escrito un Quijote con sotana, cuya lectura debería ser obligada en salones de cortesanía y en aulas de tablón corrido pasando después a la posteridad, a los estantes altos donde se aúpan los hitos de la literatura, justo en ese sitio donde mejor se guardan los secretos porque casi nadie los lee. Yo no he sido capaz de leer de a hecho y por entero a fray Gerundio. Literariamente soy algo delincuente. Me cae mejor el padre Isla en su escritura epistolar, porque en las cartas escribe con las tripas y, supongo, con ese rictus de úlcera de estómago que tiene en todos sus retratos. Ahí late la veracidad del literato, del jesuíta desterrado, del intrigante político y embajador de torticerías. Me mandaron leer una de estas cartas en el instituto de su nombre dentro de los actos conmemorativos de su tercer centenario. No conocía esa epístola suya que escribe a una señora de San Sebastián (yo digo Sansestabién) tras su traslado a Pucela en 1750, donde se le atraviesan al leonés las composturas: «Cágome en sus exenciones, que ya no soy un niño para pagarme de confites. Vale más un pedo en cualquiera de las dos Salas de allá, que todos los coches y todas las usías de Valladolid». Jodó, petaca, cómo se expresaba el cura. Y añade: «Diga vuesamerced al amigo Vicario que me retracto de lo que dije: aquí hay mar, y más que mar, porque no hay otra cosa que mareadores y mareas, pues navegan los coches por piélagos de mierda». Piedad cristiana se llama esto. Acaba la misiva entregando títulos a cierta gente de Sanse: al Vicario, panza de nueve; a Ansorena, carimorcilla; a Oquendo, zarandona... Pero llama la atención la profusión de expresiones euskeras que embute en la carta: Atsoa nerea (mi vieja), zurea biotezic (tuyo de corazón) o agur, andrea, ondo bizi (adiós, señora, que le vaya bien). Curioso padre Isla.