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Publicado por
JAVIER MONJAS
León

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RAZONES de trabajo me han traído hasta Japón durante varias semanas. Permitan que no les hable sobre la increíble civilidad de esta gente, sobre su amabilidad, sobre su refinamiento en las más insignificantes minucias. Permitan que les hable sobre sus famosas tazas de váter. Para empezar, permitan que les informe que, por increíble que nos parezca, hay países donde los váteres de los sitios públicos no son las apestosas pocilgas de mucilaginosa y repulsiva presencia y esencia a la que estamos condenados los españoles, una vez más en guerra civil entre quienes nos apestan y nosotros, los apestados y sin embargo votantes. Aparte de eso, aquí un váter ofrece más funciones que un ordenador y, en el fondo, sería su complemento perfecto, pues es bien sabido que no se le puede mear a un ordenador, por lo que todo ordenador debería venir con un pequeño váter incorporado. Con un váter japonés, por supuesto. No tengo ni espacio ni recursos literarios para describir la compleja cantidad de mandos y botones que llevan incorporados estos váteres nipones para lavarnos y perfumarnos bien perfumados por todas partes posibles e imposibles, mientras suenan musiquillas que podemos seleccionar según nuestro estado de ánimo así como según la facilidad o dificultad de nuestras aguas mayores o menores, o bien según el resultado obtenido por nuestro partido político favorito en las últimas elecciones. Estos váteres japoneses incorporan grabaciones de tiradas de cadena ficticias para enmascarar ruidos vergonzantes sin necesidad de tirar realmente de la cadena -para ahorrar agua- o cómo muchos de ellos llevan un calefactor incorporado a la tapa, de forma que tengo algunas amigas de por aquí especialmente frioleras que, cuando se quedan un poco frías de estar sentadas, se van a su váter y se calientan las partes pudendas bien calentadas para después volver al trabajo. Yo, francamente, no he probado estos váteres japoneses, porque soy un poco aprensivo, que lo mismo se disparan solos, y además porque también soy un poco vicioso, y uno puede terminar enganchándose, que luego uno tiene que volver a la patria y a los patibularios váteres hispanos que ya condenó, en su tiempo, la Santa Inquisición con resultados ignorados por nuestros pecados.

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