CRÉMER CONTRA CRÉMER
Las glorias de este mundo
NO ES REVELAR un secreto cuando decimos que las glorias de este mundo, sean estas políticas, económicas, culturales o sentimentales son fugaces, inestables y más inquietas que la veleta de la iglesia parroquial, que ya en cuestiones de amores lo dejó escrito el poeta de la copla: Me llamaste veleta por lo variable. Si yo soy la veleta tú eres el aire, que la veleta si el aire no la mueve siempre está quieta... De ahí que así que los vientos de la política arrastran hacia el ostracismo a personajes que formaron parte principal de nuestra vida asistimos a su desaparición con natural tristeza, porque lo cortés no quita lo caliente, y así que el luctuoso accidente se produce, corremos a expresar nuestras condolencias y adhesiones al fenestrado, asegurándole que nuestra admiración y afecto no les faltarán, sea cuel fuere su destino. Porque la política, aparte los beneficios materiales que reporta, es una peripecia cruel en la cual dejamos la piel y el páncreas. Este sentimiento de fraternidad se manifiesta en nosotros cuando observamos como los que fueron participantes subalternos de las glorias del cesante, le olvidan, le abandonan a su mala suerte. Esto sucede siempre y en todos los momentos. En nuestra ya larga andadura por estos laberintos de la política local, hemos sido observadores de comportamientos de tal ingratitud que nos ha llevado a distinguir a los jubilados con nuestra consideración más distinguida. Antes de ocupar los cargos, los candidatos, precisamente los de solvencia más dudosa, buscan compañías que les empujen hacia las cúspides que persiguen. Y una vez que el elector les concede gratuitamente su voto, lo habitual es que se olviden del santo de todos los nombres electores y se dediquen a las labores propias de su cargo. Pero cuando la borrasca les coge con el paso cambiado y resultan despedidos, los que nunca atendieron súplicas razonables, intentan volver a las andadas y reanudar las viejas amistades. Se convierten en fantasmas de sí mismos, en humo, en nada. Y a mí, como al Piyayo, me dan pena y me causan un respeto imponente. Porque no hay soledad más angustiosa que la de aquellos que siempre estuvieron bien acompañados de acólitos dispuestos a manejar el botafumeiro de las santas alabanzas. Por el Gran estrado municipal de León han pasado muy notables personajes de los más diversos colores y del más contradictorio talante. Y todos, hasta aquellos que no dejaron huella, contribuyeron con mejor o peor fortuna a estructurar el León que hoy conocemos... Y les debemos una gratitud que rara vez se manifiesta. Un alcalde dimitido o derrotado es, para sus convecinos, un general derrotado, sin querer entender que el cargo, puesto o trincherón que supone el acceder a un cargo, no es, no debe ser, posición de combate, sino de entendimiento. Por la pantalla de la memoria de la ciudad, pasan figuras que en algún momento fueron elementos clave para el resurgimiento de la ciudad: Desde aquel Juan Nuevo que encendió la primera antorcha progresista hasta este recién aparecido, Francisco Fernández, en el que inevitablemente tenemos puestas nuestras esperanzas. Que estas se cumplan o no depende del destino de cada comunidad. Pero sus figuras merecen siempre nuestra máxima estimación. Incluso cuando se equivocan o cuando no pudieron traducir correctamente las necesidades del prójimo. Nombres como los de Eguigaray, Smolinsky, Llamazares, Leza, Morano. Amilivia... bien valen una misa.