Diario de León

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MATARON A KENNEDY y se cuajó el gozo del concierto que dábamos en el colegio. Era santa Cecilia, patrona de musiqueros. Lo interrumpieron con la noticia y aquella noche fue aún más heladora de lo que se acostumbra aquí. Los frailes se conturbaron. A los chavales se nos contagió cierto espanto. Allí acababa la efímera historia del único presidente católico que han tenido en los Estados Unidos de Norteamérica del Norte y a todos se nos ahorcaba la ilusión de tener un gran tío en América que era de los nuestros porque iba a misa los domingos. Kennedy, además, era especialmente admirado en mi colegio porque nos había enviado unas cuantas fotos dedicadas. La cosa fue chusca. Un compañero de primer curso, retaco de nueve años y mofletudo con cara querubina, decían que se parecía mucho a Kennedy y, de hecho, así le seguimos llamando durante todo el bachillerato; nadie le decía ya Jaime Morán. Pero hé aquí que un fraile osado, asombrado por tanto parecido, remitió unas fotos del chaval a la Casa Blanca con una carta empapada de halagos y peloteos. El alborozo sobrevino cuando, quince días después, se recibió en el colegio un pedazo sobre como de correo diplomático en el que venía un taco de fotos enormes del presidente JFK en pose oficial y en despacho, unas con la Jacky y los guajes, otras de hall, una ante el abeto navideño, del John-John picardeando bajo la mesa presidencial... y así todas. La foto con dedicatoria y firma se enmarcó en la «recreación» de los profesores. Un orgullo yanqui nos embargó a la colectividad. Además de los nuestros y católico, Kennedy era todo un tipo que nos había escrito una carta a un perdido rincón que se llamaba La Virgen del Camino. Cuánto honor. De ahí el duelo que sobrevino al conocer su terrible muerte. Aquella tarde, tal día como hoy, otro compañero de sólo once años, meapilas como nadie aunque se hizo marxista al colgar hábitos, tomó una decisión que nos dejó alelados (y tuvo premio en conducta): se pasó la noche entera, ocho horas, rezando por la paz del mundo en la capilla arrodillado y con los brazos en cruz. Así le hallamos a la mañana al ir a misa. Nadie le riñó; bien al contrario. Un cura trabucaire nos dijo que si todos rezáramos de la misma forma no habría guerra de misiles con Cuba. Nos pareció excesivo. Ni lo hicimos ni hubo guerra.

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