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LA CORTESÍA POLÍTICA o parlamentaria está bien y ha de exigirse en quien tiene el poder por el rabo, pero en tocando a la oposición, jamás lo cortés puede quitar lo caliente... y lo valiente. Ahora que andan abollando la imagen y el crédito de Zapatero después de marrar cuatro estocadas y un descabello, hay quien quiere ver en su oratoria blanda y correcta la principal causa de su endeblez (en Madrid le llaman Bambi o Zapatitos con muy mala baba). Y algo de cierto tiene el aserto. Los asesores de imagen que pulieron las estampas del actual triunvirato socialista pusieron el empeño en mondarle el tarro a Caldera dibujándole un flequillo de patricio en pose de senatus populusque romanus o en peinar a la moda al propio Zapatero vistiéndole con trajes que no fueran siempre del cortinglé (lo de Pepito Blanco Grillo, sin embargo, no tenía enmienda ni había en el mercado otro look que le cupiera). Les cambiaron notablemente su efigie ante las cámaras. Pero siguieron hablando exactamente igual: Zapatero con retórica abovedada y parsimonia enervante de predicador algo gerundio estirándose en el púlpito de los abracadabras; Caldera con remedos de destemplamiento guerrista y tirándose por cunetas de descalabro... y ¿don Pepito?... pues hablando le tienen a las paredes o en la trastienda del tráfago interior desde que la cagó con lo de Simancas, las trancas y las barrancas. Les cambiaron de peluquería, pero no de escuela y declamación. Y lo que al final importa de un político no es cómo posa, sino cómo habla y lo que dice. Si se cierran los ojos y se escucha a Papes en un discurso intencional, cualquiera se imagina a un cura largando una homilía ceremonial muy abovedada e impostada de cierto tono catequético que le obliga a repetir frases y palabras como si el oyente fuera medio lerdo o no alcanzara. No pasa micrófono, no trasciende ni contagia especialmente ardor político, pasión de líder. Después llega el Rodríguez Ibarra Trescojones largando verbo desde tripa pasional y se queda con la «cla» y con el jaleo del patio de butacas. A la chita callando, Bono hace otro tanto. Sin quererlo, o quizá sí, les come la merienda. A Bono le temen. Es contrincante peligroso. Bono iba a venir a León invitado por unos empresarios, pero algún baranda del socialismo cazurro ha hecho todo por impedirlo. Y no viene.

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