Diario de León
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JOSÉ CAVERO
León

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LEO UNA CRÓNICA de la reciente estancia de Aznar en Cataluña. El periodista que comenta la visita advierte las reacciones de quienes le escuchan decir que va a tener o ha tenido un encuentro con el presidente del Gobierno: «Si hubiera dicho que tenía que verme con Fu Manchú, no habría sentido más inquietud por mi suerte. ¿Qué ha hecho este hombre para caer tan mal?»... «Haga lo que haga en el tiempo que le queda, nunca caerá simpático aquí y él lo sabe, aunque no se resigne», observa también el cronista, refiriéndose al relevante visitante. Da la impresión Aznar, en efecto, de que se marcha amargado, decepcionado con medio mundo, de que no se le valora en la justa medida, ni se le agradecen adecuadamente los servicios prestados al país, y parece mostrar la actitud de alguien a quien se deben muchísimos méritos no reconocidos. Claro que no es obligatorio hacerse querer, resultar simpático, caer bien. Al gobernante no se le exigen esas cualidades: basta con que gestione bien la cosa pública. Pero no le vendría mal a Mariano Rajoy hacer el correspondiente esfuerzo para evitar esa pésima imagen de su antecesor en el liderazgo del PP, y acaso en la presidencia del Gobierno. Cabe preguntarse si otorga prepotencia en el carácter y en la actitud personal la mayoría absoluta... Tal vez sea esa la razón: No verse en la necesidad de recurrir a nadie, poder valerse uno, por sus propias fuerzas, tiene que dar una seguridad y solidez a menudo insoportable, que a los demás horroriza y que aleja y distancia a cualquier persona corriente. Este final de Aznar en el que nos encontramos, cuando ya su sucesor esboza el programa continuador y alternativo al mismo tiempo, es un final antipático, en el que no resultará fácil reconocer méritos y virtudes. Más bien al contrario, se apuntarán en su debe todas las cuestiones pendientes o manifiestamente mejorables: No resolvió, más bien alimentó y espoleó, la tensión con los nacionalismos gobernantes. Nos condujo a un escenario de guerra indeseable. Esa actitud de pocos amigos le procuró la animosidad de sus colegas, que a menudo prefirieron, si estaba de su mano, que no pudiera apuntarse ningún éxito. Prefirió rodearse de muchos incompetentes, probablemente para no tener que escuchar las críticas de los más ecuánimes...

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