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HOY ES EL DÍA del marrano en su tormento porque san Martín ya no manda en las matanzas y es la Consti quien decreta cuchillada al papo y la Inmaculada quien destaza el gocho, puente de sacrificio, tres días que huelen a pellejo chamuscado, a primicia de sartén con hígado fresco, a tripa lavada y lista para embutir, a adobo carmesí pimentonero con su tufillo de orégano y su perfume de ajo... Antes se invocaba a san Martino para que no se malograra el cochino cociendo este ruego en vino; se signaba con la cruz el bicho destripado y se rociaba con agua bendita la artesa para mejor augurio de sus consecuencias entripadas o curadas. Ahora el santo no manda y la Constitución inspira y ampara... incluso al marrano, muerto por bien, difunto que Dios perdone, pues hay que aturdirle, enajenarle, aliviarle el tránsito y hasta echarle unas lágrimas de compasión y conduelo. Antes se le echaba una oración al santo para que no se aventaran los chorizos ni cagara la mosca la jamonada; ahora se reza un artículo del texto constitucional y ni los matarifes ni el gocho entienden nada. Pasan de leyes y filosofares adorando al cerdo y sus andares, viva el cuto y viva el puerco, viva el mondongo, viva el mamerto que se hocica en el caldero de la sangre morcillera, viva la Choni, que entripando es una fiera, viva la cuelga en el varal tendida, viva mi suegra (la alegría de la matanza lleva a estos extremos). Otros entienden el puente de las matanzas de otra forma bien distinta y ahí sale al ruedo Arzallus armado con un paraguas por estoque, con una gabardina por muleta y con un disparate achapelado por montera, ahí le ves, veloahí, entrando a matar a una Constitución vestida de marrana, presa de pezuñas y tumbada sobre el banco del apiolamiento, altar de la cuchillada donde un Josu Jon, un Ibarreche y dos gudaris sólo tiran de la pata para poder decir que no matan. Y tras la estocada del paraguas... algarabía en la peña, alborozo y amenazas del que tiene la tripa llena y sueña con reventar, sajadura de arriba a abajo de la carta magna colgada del gancho en el rincón del despiece, destazado el texto, picada su carne hasta conseguir colarla por cedazo, adobada con zumo de almorrana de don Sabino Arana y embutida la ley en longanizas con las que ahora atan allí a los txacurras de casa.