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Publicado por
ANTONIO PÉREZ HENARES
León

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NO ES su reforma, desde luego, ninguna amenaza para la Constitución. Es prueba de su adaptabilidad a las necesidades ciudadanas y al devenir de los tiempos. Pero no es su reforma la que hoy exige el nacionalismo radical e independentista -mi duda es si hay algún nacionalismo que no acabe derivando en ello- sino su voladura. Porque el independentismo -y no solo el tándem político-terrorista de HB-RTA- lo que quiere, dicho con claridad por parte de Carod-Rovira y con melifluo y untuoso frotarse de manos Ibarretxe, es irse de España. Quiere separarse de España. Y la España de hoy es su Constitución. La España de la democracia, de la libertad y de las autonomías, aunque sea eso lo que nieguen ver porque se quedan sin coartadas. Porque el nacionalismo que siembra enfrentamiento con la idea de España y lo español, que lo abona con odio, desprecio, agravio histórico y resentimiento como principal alimento de su sentimiento, necesita transmitir no esa idea de España constitucional, libre, moderna, progresista y descentralizada sino un espantajo irreal de un estado extraído como siniestro mito de la Leyenda Negra y que en nada se parece a nuestra moderna sociedad. España para ellos, así han de pintarla para sus fines, es una pesadilla histórica compendio de todos los vicios y virtudes. Intelectualmente estos despropósitos serían tan fáciles de combatir como de desmontar. Pero topamos con el problema, con el verdadero asunto y lo que convierte la amenaza en preocupante y con posibilidades catastróficas. La izquierda lleva cinco lustros prisionera de un complejo, de una falsedad, tiene metido en las entrañas el síndrome de Estocolmo. La izquierda parece incapaz -aunque el último y valiente discurso de Bono fue una pieza preñada de lucidez- de rescatar la idea de España que es la suya, que es por la que tantas generaciones pelearon y de confrontar desde ella esas paletadas de pasado, tribalismo y caverna reaccionaria de los nacionalismos. Pero no, la izquierda española, con una posición que dejaría a sus líderes de principios del siglo XX y a sus pensadores de siempre, absolutamente acongojados es incapaz hoy de hacer suyo el proyecto progresista de esta España constitucional que reclama a voces a sus verdaderos hijos: los de la democracia.