Diario de León

CRÉMER CONTRA CRÉMER

La libertad de expresión

Publicado por
VICTORIANO CRÉMER
León

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LLEVO EN ESTE OFICIO del libro y del periódico, además del tiempo que empleé en ejercitar la voz y el tono en la radio, más de ochenta años, que ya son años. Comenzó desde muy tierno el zagal echándole al aire cuentos, comentarios, versos y teatralerías. Y aquí sigo con la gratísima carga, hasta que la muerte nos separe. Durante tan largo plazo de vida profesional, he pasado por todo: por períodos de libertad vigilada y por otros en los que no hacía falta vigilar porque la libertad había sido borrada del mapa. Los unos, los otros y los de más allá, me llamaron a capítulo, que es como si se me declarara en estado de emergencia: los otros me condenaron al patíbulo del silencio protector (en boca cerrada no entran moscas, me decían). Y tenían razón y como no acababa de aceptar lo de cerrar la boca y enfundar el bolígrafo, me metían entre pecho y espalda unas multas que me obligaban a la limosnería andante para poder pagarlas. Y pese a todas las dificultades, escribía, escribía, escribía: Un día recibí un boleto, firmado y rubricado por uno de aquellos gobernadores, tan complicados, heterogéneos y disciplinados por el cual se me informaba sencillamente que por mis ideas políticas, quedaba suspendido de empleo, de sueldo y de derecho de pernada. El delator -porque en esta clase de sistemas políticos, en los que priva el caudillismo o el presidencialismo, siempre hay un delator-, resultaba un truhán que pretendía ocupar precisamente «el puesto que yo tenía allí». Y no lo consiguió, pero me quedé a la sombra de los tilos en flor el tan soplón, con el tiempo y una gran capacidad de enmascaramiento, consiguió trepar, trepar y trepar, hasta verle situado en puesto oficial, ya con la democracia en línea. Cosas de la vida, galán, me decía la parienta del pueblo. De modo que cuando ahora y en la hora sobresaltada del anuncio de las nuevas elecciones de marzo para las generales, leo de corrido, sin detenerme, la denuncia que nuestro máximo político, José Luis Rodríguez Zapatero, pronunció en Madrid, supongo, descubriendo que «España vive los momentos de menor pluralidad; libertad e independencia informativa y periodística, por la creciente injerencia del poder político en el trabajo de los profesionales». Tras este descubrimiento me vienen a la memoria los múltiples episodios por los cuales pasó una generación de periodistas, ante la indiferencia o la complicidad de los partidos políticos, a los cuales correspondía facilitar a los profesionales la libertad para expresar la opinión que el pueblo demandaba. En España, por lo que yo sé y he podido comprobar desde hace casi cien años, no hay libertad de expresión, ni la ha habido ni la habrá. Sencillamente porque los partidos políticos de este nuestro país, viven precisamente del grado de dominio que sobre los distintos medios pueden imponer. Y este manejo político por hacerse con la incondicional servidumbre de los medios de comunicación no es privativa ni de este ni del otro grupo, sino una consecuencia natural de la degradación del compromiso político. Los periódicos y los periodistas necesitan también o sobre todo que se establezcan garantías para su supervivencia, evitando que los tales y cuales medios estén a merced del monterilla de turno o del empresario elevado al cubo.

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