El paisanaje
Oficina de objetos perdidos
SE RUEGA a quien encuentre por ahí una placa con la inscripción «Auditorio de León, Premio de Arquitectura Española 2003» que la devuelva al Ayuntamiento. La han extraviado, al parecer en un taxi madrileño, en un restaurante de carretera y fijo que en el sitio menos pensado -y que nadie piense mal- los concejales Francisco Gutiérrez, Ibán García y Alejandro Valderas, los dos primeros del PSOE y el segundo de la UPL, que fueron personal y expresamente a recogerla a Madrid en un viaje pagado, como es lógico, por el interventor municipal, o sea por todos los leoneses. La policía científica investiga, hasta ahora, sin éxito, el paradero de la errante placa que, no es por nada, representa también los mil y pico de millones de las no menos desaparecidas pesetas que en su día costó en dinero público el galardonado auditorio, un local de no te menees donde va la gente fina a oír los gorgoritos de tenores y sopranos quizá para olvidar lo que chirría la ciudad en todo lo demás. Ahora la placa se ha ido a hacer gárgaras. Las pesquisas policiales no han determinado aún si eran necesarios tres concejales -y el chófer del coche oficial- para trasladarla a León, bien porque pesara mucho (descartado), bien porque quisieran quedársela todos (es probable) o bien porque fuera una simple coartada para viajar gratis (es la pista que seguiría el teniente Colombo y más de una suegra mosqueada). Pero de momento sigue sin aparecer el cuerpo del delito, sin duda el más tonto que se ha perdido hasta el momento de Onzonilla para abajo. Cavila uno, sin ánimo de interferir en la investigación, que lo más probable que haya pasado es lo siguiente: llegan tres de pueblo a Madrid para recoger el diploma al edificio más caro, como reconocimiento a los pardillos de provincias, éstos se lo creen, encima agradecidos, y, de vuelta, además de pagar el timo del tocomocho , les birlan la estampita. La técnica se explica, más o menos, en la conocida película La ciudad no es para m í, del entrañable Paco Martínez Soria, que seguramente daba menos el cante que nuestros tres concejales sin boina. Menos mal, en todo caso, que les han guindado sólo la placa, pero no el Auditorio, que afortunadamente sigue donde estaba. Aunque el daño está hecho: a nadie en su sano juicio, aunque le tocara el cuponazo, se le ocurriría levantar para sí mismo y de su bolsillo una mansión como la que el Ayuntamiento y la Junta han construido a medias para melómanos y megalómanos en Eras de Renueva. Cualquier sillón de cualquier salita de cualquier piso de medio pelo es más confortable y tiene mejor acústica con sólo aplicarle un par de auriculares, eso sí, cada uno en su correspondiente oreja. Y, si es por lucir el abrigo de visón, basta con que la señora baje la calefacción en casa. En todo caso, la pérdida de la placa es preocupante. Y lo de menos que la llevaran entre tres. Lo que mosquea es que fueran nada menos que el responsable de Urbanismo, Francisco Gutiérrez, el de Cultura, Alejandro Valderas, y el portavoz del equipo municipal de gobierno, Ibán García, responsable de todo -o el más irresponsable- en los debates del Pleno. Mira tú que si al primero le hubieran trastocado una manzana de viviendas sociales y un chaflán (lo mínimo en una carrera de taxi), al segundo la Catedral (o Casa Benito, no hay que ser cenizo) o que al tercero de quitaran el uso de la palabra, si bien esto último pase. En cuanto a dónde haya ido a parar la dichosa placa, vaya usted a saber y eso es lo de menos. Total no valía para nada y hubiera sido más barato y seguro mandarla por Seur. Para este tipo de cosas no hay como los profesionales, según asegura también cierto bombero profesional, famoso por como acierta en pisar la manguera las raras veces que hay un incendio. Y respecto a cómo reponer tan irreparable pérdida, se propone desde aquí que sea reemplazada en el tiempo más breve posible por otra, bien grande y preferiblemente marmórea, con el lema, por ejemplo, de «A la belleza arquitectónica desconocida», en honor a la estrafalaria fachada del Auditorio y al título perdido. Por menos de eso los franceses le hicieron un monumento al soldado desconocido después de la primera guerra mundial, aunque, bien mirado, el caso aquí no es realmente tan grave. Hay también otra posibilidad, que es la que apunta cierto colega de la redacción de este periódico, de nombre de pila Juan Carlos, un tanto escéptico en cuestión de vanidades y que cada vez que le encargan una entrevista o un reportaje sobre el premio con que ha sido galardonado tal o cual personaje de la vida local se limita a comentar, después de calibrar los méritos: «tenían que haberle dado dos, uno por tonto y otro por si lo pierde». Casi todas las veces acierta.