Diario de León

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DOMINGO con fresquíviris soplando celliscas en los altos (hace sol hoy, que lo tengo contratado), día de panza tumbada en escaño y de panceta torrada en sartén, día que se acorta aún más con noche en media tarde, día de juntarse en la lumbre, de arrimarse a cuentos y contares. Los de lobos son los mejores para una tarde-noche de invierno. Pero el mío no es cuento, sino historia. Mi primer lobo me entró por el ojo cuando aún no había cumplido los tres años. De esa edad temprana apenas conservo tres recuerdos vivos; uno es este. Tarde soleada. Nos sacan a los más críos a una pradera de la finca familiar de Manzaneda. Una de las criadas que nos cuidada grita de repente ¡el lobo, el lobo! De la casa salen hombres. Sobre el lomo bajo del monte contiguo se recorta la silueta de un lobo. Entran por escopetas. Suena un disparo. Otro más. Sale huyendo el animal. Va herido en la pata, grita el que disparó. Pues corre como un diablo, respondieron. Y aquel lobo se largó, pero dejó hecha para siempre una guarida en mi retina. Pasarían unos cinco años hasta que vi mi segundo lobo. Esta vez el bicho tenía cara de bestia cuando cruzaba la calle principal de Ruiforco a plena luz del día enseñando sus colmillos en toda su largura y fiereza. Era verano, julio. Le seguía una nube de moscas. Olía a podre y venía tieso a lomos de un pollino del que tiraba un paisano algo desmedrado que a su vez pujaba en bandolera por un alforjón de mucha barriga. El bicho debía llevar muerto una semana o quizá dos y aquel paisano llevaba paseándolo por todos los pueblos de la contorna para cobrarse los dineros y premios que tradición y ordenanzas establecen para el que abata cualquier alimaña. Recuerdo que en Ruiforco le dieron unas perras y frutos de varal, algunos chorizos, dos cuartas de tocinada y algo de despensa. Como era mediodía, ató el paisano su pollino junto al atrio de la iglesia sin aliviarle al jumento de la carga difunta y allí mismo parió una hogaza el morral, arponeó un chorizo, sacó botella de tintorro y, a la salud del pobre lobo, zampó como carrilero. El lobo tenía exageradamente abierta la boca con una estaquilla y cosidos con alambre los labios para mostrar bien los dientes. Qué injuria. Muerte al lobo, dijo esta tierra. Pero ahora el lobo resulta ser beneficioso. Mañana te lo cuento.

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