Diario de León

CRÉMER CONTRA CRÉMER

No hay tierra sin tumba

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VICTORIANO CRÉMER
León

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ESTA es la crónica que no quisiera tener que escribir. En tierras martirizadas por la guerra, han muerto otros siete soldados españoles. El que pertenecieran a un servicio nacional de defensa, conocido por Centro Nacional de Inteligencia, no significa que no hubiera que considerarles como soldados de España, que tal eran. Y han muerto en una de esas acciones traicioneras con que las guerras, todas las guerras, se enmascaran para encubrir lo que las guerras, todas las guerras, tienen de canallesca emboscada contra la condición humana. En Irak mueren los hombres sin ninguno de los sacramentos que les permitirían la entrada en los distintos paraísos que pueblan el infinito y desconocido mundo de los muertos. Y nadie tiene la culpa, porque dicen, los que por cierto se sintieron impulsados a promocionar las falacias con que encubrir la bárbara aventura, que a la tal contienda, fueron los nuestros de defensa de los derechos humanos, de la paz entre los hombres y en impulso sagrado por la conquista de la libertad. ¡Ay, Libertad, Libertad! ¡cuántos crímenes se cometen en tu nombre!... Expuesta la cuestión de la tal guerra tal como lo hacen sus portavoces y mantenedores parece una Cruzada justa, como la Conquista de Jerusalén por Ricardo Corazón de León, pero en realidad, en la verdad que descubren las gentes que andan por el mundo solas, esta guerra, como tantas otras que se declaran y se mantienen sobre montañas de muertos, oculta motivos, dicen que inconfesables. Por eso todos mienten a la hora de explicar lo inexplicable. Y por eso me resisto a terminar esta crónica, sin desorbitar las palabras que me golpeen las sienes y me parten el corazón. Porque de conseguir la decisión necesaria para escribir lo que debiera escribir, tendrá que salirme de muchas normas establecidas, precisamente para que nadie se salga de lo que conviene. ¿A quién puede convenir tanta falacia, tanta maldad, tanta estupidez titulada? Pues qué quiere que le diga, señor, pero lo cierto es que por encima o por debajo de las parafernalias oficiales mediante las cuales se pretende llevar consolación a las familias de los victimados y justificación ante los atribulados asistentes a todos los funerales. Se están diciendo palabras tremendas, se están pronunciando denuncias escalofriantes y se están descubriendo conciencias corrompidas. El pueblo infeliz, calla pero no otorga. Las gentes sencillas contemplan el sacrificio con estupor y con rabia estremecida, porque saben que no les es permitido pensar como piensan los tremendos hombres de la guerra, ni les corresponde el derecho de apelar a nadie. Pero ¡ay de vosotros, los verdaderos culpables de las matanzas! Más os valiera no haber nacido. Cuando el poeta escribió aquel poemario del sacrificio, ya pensaba en que un día alguien se sentiría obligado a atarse el corazón con sogas mojadas para no tener que repetir: Desde la cumbre bravía/ que un sol indio tornasola/ hasta el África que inmola/ sus hijos en torpe guerra/ no hay un puñado de tierra/ sin una tumba española. Sus hijos en torpe guerra, sus hijos en torpe guerra, sus hijos en torpe guerra...

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