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PARA EL YUGO o cachete de matarife (ahora es bala cautiva) estaban hechas esas vacas y, velas ahí, triscan por libre y se arriscan en su silvestre albedrío, vacas de La Cabrera que campan en su fuero porque el dueño se les murió y les nació su libertad de puro monte y de «meo donde quiero». Quisieron dehacerse de ellas a escopetazo limpio de gañán a voces. La cagaron. Se encrespó la protesta. Hasta el Defensor del Común terció en la matanza. Así, no. Procédase de nuevo y sujetos a ley. Ahora van a perpetrar la operación con vallas y corral de prao para reducirlas, sujetarlas, encajonarlas, apiolarlas sin pasodoble y carbonizarlas en el crematorio, abrasarlas en el infierno que se han ganado por su cerril independencia, pobres. Dicen los responsables de la Junta que les espera el fuego purificador porque «no son aptas para el consumo humano», lo que es mucho decir para decirlo así, de lejos, apretando el culo funcionario y con ojo de mal cubero. Dicen eso porque técnicamente no están «saneadas», esto es, revisadas de posibles brucelosis o tuberculosis. ¿Y qué? Tampoco ciervos, corzos o jabalíes están saneados y no por ello se les hace filete de ceniza en un horno. Sólo una inspección post mortem determinará si esas reses están o no afectadas de los males de cuadra y de las pozoñas químicas que les echan al pesebre; bien al contrario, parece que esa libertad y asilvestramiento les ha sentado al disperso hato de estas vacas como medicina reparadora y lustre al lomo. Toda la carne sana que esta gente logre quemar será escupitajo al cielo que, tarde o temprano, en su misma cara les caerá. Es un insulto proceder así. Incluso, aunque alguna estuviera afectada de tuberculosis -que nadie ha demostrado aún-, su aptitud para la industria cárnica sería legal y recomendable. Tirar el pan, y además pisarlo, sigue siendo gravísimo delito en un país que se pretende rico y olvidado de pobrezas que aún llevamos pegadas al subconsciente y a la culera. Lo paradójico del asunto es que, a lo peor, estas vacas están demostrando que la libertad es buena (incluso ganaderamente), que para su cría y engorde no se necesita pienso ni veterinario, que así se aprovechan pastos perdidos y que serían obligada alternativa para tanto desaprovechamiento y haraganería que nos roen los zancajos.