Diario de León

LITURGIA DOMINICAL

En las colinas de Ain Karem

Publicado por
JOSÉ-ROMÁN FLECHA ANDRÉS
León

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Los peregrinos que visitan la tierra de Jesús suelen recordar con agrado su visita al pueblo de Ain Karem. A seis kilómetros de Jerusalén, surge en un paisaje salpicado de árboles frutales y de viñas. Su mismo nombre significa precisamente «la Fuente del Viñedo». En ese lugar inolvidable sitúa la tradición la visita de María a su pariente Isabel. Uno de los frescos de la cripta representa el encuentro de dos mujeres que viven el misterio de su futura maternidad. De la más anciana nacerá Juan el Bautista. La más joven será la madre de Jesús de Nazaret. El hijo de Isabel invitará a las gentes a preparar los caminos y, un día, presentará al hijo de María como «el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo». En este cuarto domingo de Adviento, la liturgia nos traslada mentalmente a aquel lugar. Allí podemos ver a María como una figura simbólica de este tiempo. En ella se refleja esa actitud de esperanza que nos prepara a la Navidad y que define toda nuestra existencia. Las profetisas En el patio que se abre frente a la Iglesia de la Visitación, los peregrinos se fijan en los muros de la derecha, cubiertos de azulejos que reproducen en unas cuantas lenguas, el «Magnificat» o canto de María. Ése es su canto profético En el relato evangélico que hoy se proclama(Lc 1, 39-45), también Isabel pronuncia palabras proféticas. Intuye que María y su hijo han sido bendecidos por Dios. Se considera indigna de recibir la visita de la madre de su Señor. Y anuncia la alegría que su hijo ha demostrado en su vientre. Tales expresiones reflejan sin duda la fe de una comunidad que ha aceptado a Jesús como Mesías y Señor. Ese reconocimiento ilumina los hechos del pasado y nos ayuda a releerlos como preanuncio gozoso de la salvación. ¡Anuncio gozoso! Efectivamente, los relatos del nacimiento de estos dos niños rezuman alegría por todas partes. Dios entra en la historia humana y la rescata del cansancio y la tristeza. La alegría se convierte en el signo y el primer fruto la salvación. La bienaventurada El saludo de Isabel a María se cierra con una bienaventuranza: «Dichosa tú que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá». A dos milenios de distancia esa frase nos merece un sagrado respeto. ¿ «Dichosa tú que has creído». He aquí el más bello de los elogios que pudieron ser dirigidos a María. Su vida no iba a estar exenta de dolor. Pero su dicha no se debería a honores humanos, sino al humilde y decidido ejercicio de su fe. ¿ «Dichosa tú que has creído». Estas palabras pueden aplicarse también a la comunidad cristiana. Unas veces su papel será reconocido en la sociedad y otras veces será omitido en las constituciones políticas. Pero la fuente de su alegría habrá de estar sólo en la fe. ¿ «Dichosa tú que has creído». Este mensaje podría aplicarse a la humanidad entera. No son sus logros técnicos los que la harán feliz, sino la aceptación del misterio que salva, ilumina y plenifica la existencia personal y la convivencia social. - Santa María, madre de Jesús, ruega por nosotros en la vigilia gozosa de su venida y enséñanos a acogerlo con fe, con esperanza y con amor. Amén.

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