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COMO en tantos otros órdenes de la vida, España aparece también dividida en dos en relación con la Navidad. Dicho en corto, hay dos tipos de españoles: aquellos a quienes les patea la Navidad y los que, por el contrario, disfrutan con estas fiestas. De los primeros -aquellos que abominan de cuanto significa, evoca y rodea esta Epifanía- se sabe que, a su vez, también, admiten una segunda clasificación: la de los amargados y la de los melancólicos. La primera no exige mayor explicación; para entender a quienes militan en la segunda se necesitaría escribir un tratado o releer el escrito en su día por Saxl apoyándose en las inquietantes xilografías de aquel gran melancólico y extraordinario artista que fue Alberto Durero. Respecto a los otros, a los entusiastas de las fiestas que rodean a la Navidad, ¿qué podemos? Los hay de todos los colores, ideas y posición pero también admiten etiquetas separadas. El granel lo integran los amantes de ésta y de cualquier otra ocasión para celebrar en la fiesta lo que tiene de adiós provisional al trabajo, de ocasión para el comer y el beber algo más festoneado que de costumbre, más las correspondioentes ocasiones de bulla, vocerío y baile que suelen aparejar estos días señalados en rojo en el calendario. Y hay otra parte que sigue viviendo la Navidad religiosamente, evocando el mensaje de Belén. Y luego están los niños, esos seres a los que la legislación no permite hasta los 18 años ser ciudadanos pero a los que la creciente presión del mercado convierte mucho antes en consumidores. Está claro que son los que más disfrutan de la Navidad y a los que estos días habría que intentar, hasta dónde eso sea posible, liberar del televisor que les acosa con cientos de anuncios de juguetes y cachivaches electrónicos, liberarles de esas guías comerciales encubiertas que es lo que a la postre son la mayor parte de los programas infantiles. Liberarles para que no dejen de ser niños convirtiéndose antes de tiempo, como digo, en consumidores compulsivos. En cualquier caso, a todos -también desde luego a quienes abominan de estas fiestas-: el mismo mensaje: ¡Feliz Navidad!