CRÉMER CONTRA CRÉMER
La venganza: un libro
ME SIENTO confuso, incluso alterado, ante la demanda navideña. Es el tiempo del regalo. Exactamente no se sabe por qué, pero el comercio y la industria así lo han establecido y no vamos nosotros a alterar y modificar sus planes, sus programas, sus montajes. La Navidad es una fecha contradictoria y altamente conflictiva. Empezamos por organizar una escenografía que no se corresponde con la realidad de lo que queremos representar: Por ejemplo, ni en Jerusalén, ni en Nazareth ni en ninguna parte de aquel Oriente de la vida y milagros del Mesías, nevaba en aquellos tiempos, ni la tierra se cubría de blanco, ni los pastorcitos acudían a ver al niño entre pajas, llevándole manticas de lana para cubrir sus desnueces. No se conoce la verdad sobre aquellos llamados Reyes Magos, que, según la leyenda, habían tenido una revelación y acudían a cerciorarse del nacimiento del Rey de los Judíos. ¿Qué coña es lo que esperaban estos embajadores de nadie con su visita protocolaria? Llegaron, según la leyenda, depositaron a los pies del Niño el oro, el incienso, la mirra y volvieron grupas a las tierras de sus orígenes. ¿Cuáles fueron éstas? Ni se sabe, ni importa conocerlo por cuanto lo que verdaderamente interesa a los efectos comerciales es que los niños se lo crean, que las madres también. Los padres no se lo creen, pero entran en el juego para no tener disculpas para maltratar a la parienta por obsesiva. Se dirá de mí que además de poco reverente y creyencero soy cruel e indigno, si declaro que la mala costumbre del regalo, la practico al revés: o sea, hago uso del regalo como un medio de venganza. Para ello regalo libros. Un libro, en una comunidad semianalfabeta, es como una bomba en un barrio de Jerusalén. ¿Ustedes conciben, por ejemplo, el grado de furia interior que tiene que alimentar el vecino al cual le han regalado un libro? ¿Qué hago yo con esto? Se preguntará el infeliz. ¿Quién ha sido el hijo de Satanás al que se le ha ocurrido la idea de enviarme un libro? ¿Pretende acaso que lo lea? Y colocará el regalo en uno de los rincones más oscuros de sus estancias, allí a donde solamente en caso de necesidad acudiría, o si el doctor de familia se lo impusiera como fármaco para su recuperación. En Navidad, por los Reyes Magos, cuando el año se cumple cabe regalar, vinos, joyas, muñecos, o vestidos de escote, pero ¿libros? ¿Usted sabe lo que dice? ¿qué es lo que pretende? Cuando en la casa del presunto beneficiado con el regalo del libro conocieron el propósito que me animaba, corrieron a suplicarme entonces con lágrimas en los ojos y dolor de corazón, que, por lo que más quisiera, por mis hijos, por mis nietos, por mis biznietos, por mis tataranientos no cumpliera la amenaza nunca y me metiera el libro por el culo. Lo que me pareció una solemnísima inconveniencia, pero perfectamente comprensible, en un mundo como el nuestro, en el cual el libro, la cultura bien entendida y el cultivo de la sensibilidad parecen degradaciones biológicas. ¡Por favor! Si ustedes están dispuestos a regalarme algo, en homenaje al cariño que yo les tengo, que no sea un libro. Que ya lo dijo Lenin: «¿Un libro, para qué?»