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NADA ESPECIAL que hacer. Está el invierno atando manos. Las tierras duermen, los arados se ahorcan en esperas, el ganado en las cuadras, la vida quieta, los días cortos, las noches eternamente largas en todos esos pueblos perdidos, noches de guarecerse en la guarida junto a la lumbre con cuentas y cuentos, horas muertas matadas con medias chácharas y rosarios, los mozos pasan de rezar, reburdian y escapan con los otros mozos, la geografía navideña da licencia, sacan andrajos y antruejos, pellejos, cuernos, cencerras, se visten de zafarrones y jarratrapos, guirrios grotescos, extravagancia de esparto guarro, otro se cubre con cabeza de toro y emburria con ganas de encuerne a toda moza de palpar que se cruza al paso en calle o zaguán, se conjura el muermo invernal con risotada, se adelanta el disfraz de Carnestolendas, pueden las ganas y en tierra zamorana, leonesa, gallega o asturiana palpita aún algún rastro de la vieja tradición de carnavalear por Pascuas sacando la burla a pasear y armando tiberio en corrales, patatas de hoguera, arrejunte en pajares, arrímate pacá cordera, quitallá cachomierda, que sí, que no... y esta noche va a nevar... Por san Silvestre en Babia hacían otro tanto. Y en Valdeburón, en Sayago... En una de estas cayó preñada Hermelinda Suárez y en su pueblo de Cantejeda hubo quebranto con calderos de lágrimas de ella y una fulminante filípica del padre. Y lo peor: no quería al mozo, lo aborrecía. Pues no tienes por qué casarte, si no quieres, sentenció su padre; pero vete de casa. Quiso la familia del mozo que se casara con él. ¡Y un cuerno! Vivió con su tía en la ciudad. Tuvo una niña. Por ella peleó, perreó y desolló uñas. Tenía Hermelinda entonces diecisiete años. Jamás se casaría. Hoy tiene ochenta y cuatro. Su hija Consolación o Consoles acaba de jubilarse de catedrática de Canónico en Compostela, la colma de orgullo y adora a su madre, la cuida y no tiene con qué pagarle tanto y tanto. Aunque lo pasó mal como madre soltera, agradece a las zafarronadas la suerte de darle una hija así y las recuerda con rubor pícaro. Pero aquello murió. No creas. Hoy los mozos también se disfrazan, aunque de pijos, y en vez de meterse en un toro de cartón, se visten con un coche de cartón, se atormentan de ruido y chute y se estrapallan intentando pillar moza desde Benavente a Villablino.

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