CRÉMER CONTRA CRÉMER
Las cotillas de la tele...
YA se han institucionalizado: Son muchachas lanzadas a la barahunda del cotilleo, con tanta vocación y disposición para la disputa, para el insulto, para el descubrimiento de los trapos sucios, que han conseguido situarse en la escala de valores nacionales, entre las voces más decisivas. De sus opiniones, de sus «rastrerías» depende no ya la fama y la honra de otras distinguidas compañeras de aventuras, sino incluso la vida y milagros de la más pintada. A veces y como aquel que tropieza y cae en un pozo de depósitos nauseabundos, el oyente ingenuo que solamente aspira a ser adoctrinado seriamente y sobre cuestiones que atañen a la marcha serena y recta de la sociedad, pues como en un descuido cae en la tentación de bucear entre la broza televisiva. Y la sorpresa es de tal naturaleza que no acaba de entender cómo ha podido dar un paso tan temerario y estúpido. En la pequeña pantalla, a todo color y dolor, se ofrecen algunas chicas, avaladas por la presencia de algunos de los más díscolos y extraviados varones del condado, dispuestas a no dejar figura sin pellejo, ni memorial sin provecho, poniendo como no digan dueñas a esta o a la otra figuranta de oficio, colocada por su astucia en el canal que hacia la fama conduce. Los tertulianos, sacándose de la manga o de la vagina aventuras y desventuras de esta o de la otra hembra de tronío, metida a fulana de rompe y rasga, descubren que el objetivo de sus atenciones malsanas y perversas han dedicado lo mejor de su vida a poner cuernos a compañeros y maridos desnortados, mientras las virulentas cotillas, ponen la mano y cobran el barato de sus inculpaciones y descubrimientos. Atender, aunque solamente sea por una sola vez y sin que sirva de precedentes a estos cabildeos, a estas refriegas de soldaderas produce náuseas. Pero en esos pliegos de bazofia, emitidos a través de chicas para el consumo y de macarras para la chulapería acaban por contagiar al buen pueblo ignorante, inocente o bobo, el cual termina por no saber de qué va la vida, salvo aquella que reflejan las cotillas de turno y de ventanilla. Y uno que tampoco es tan inocente como para tragarse todo lo que ofrecen las feroces varonas de pago, acaba por no concebir otra clase de sociedad que aquella que se refleja a través de transvestidos y trasdesnudos, ni entiende que se pueda andar por el mundo sin alardear de zorra de rabo plateado o de chulo de verbena... ¡Esto sí que es terrorismo, señores de la sala! Y no se concibe que montemos verdaderos artificios, tintos en residuos eróticos, sin que el Estado tutelar, que vela por nosotros y por nuestro futuro, intervenga y prohiba radicalmente estas expresiones de degeneración nacional. Por esta depravación, consecuencia del comercio diario con esos capítulos de folletín escatológico que es la televisión, se ha producido, se está produciendo el espectáculo vergonzoso de infinidad de señoras muy aseñoradas que no tienen pudor en descubrir ante las pantallas sus miserias y milagros de mujeres domadas o explosiones de hembras insatisfechas y sin remedio. Yo no digo que haya de emitirse una ley que obligue a los varones a cogérsela con papel de fumar, pero tampoco que la permisividad, la libertad, la fraternidad y la igualdad, de lugar al espectáculo de esa humanidad corrupta y estúpida, que acude a la plaza pública de la Tele con la braga en la mano.