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TODAS LAS MUERTES son injustas, pero algunas son todo un insulto insoportable. A la vuelta de un corto viaje me dan la noticia y es un calambrazo paralizante: Raúl Ferreras ha muerto. Todo este tiempo he querido negarme a una evidencia anunciada; sabía de su dolencia. Cuando hace unos meses le sorprendió un fatal derrame, recibí la notica tardíamente a la vuelta de vacaciones y hurté mi deber y corazón, eludí verle en este trance, me arrinconé en un silencio que pretendía ser piadoso y acabó siendo casi cómplice de la propia muerte; y a la hora de la despedida no se llevó los abrazos, la gratitud y la deuda amiga. La muerte de un alguien querido casi siempre confirma nuestra condición de morosos. Este es mi caso y jamás podré perdonármelo, porque con Raúl fueron muchos años, muchas charlas y muchas las grabaciones que hicimos juntos; los pliegues y medidas de mi voz los tenía tomados mejor que ninguno. Enhebramos muchos tiempos muertos hablando de divinos, de humanos o de las músicas y trampas de esta vida. Tenía la sensibilidad del artista cosida a su sentido ciudadano y los problemas del común no sólo no le eran ajenos, sino que le encendían pasiones. ¿Qué piensas de esto, que te parece aquello?... Siempre buscaba indagar y averiguar las caras ocultas del poliedro de la realidad. Con otro paisano cualquiera se acaba hablando de fútbol y de señoras; con Raúl jamás. Tenía en sus charlas la misma formalidad y pulcritud profesional con que gobernaba su trabajo de forma impecable. Su estudio Caskabel fue premiado reiteradas veces en el competido barullo discográfico nacional y de la misma forma que era convocado para grabar a la coral Salvé en un difícil recinto abovedado, era llamado a Londres para grabar a The Scholars o a Barcelona para dibujar la voz de la Espert, cuando no eran los propios artistas internacionales los que preferían venir a León a grabar sus discos antes que en el Madrid de chollos y alardes fatuos. Creo que esta tierra jamás valoró en su medida la magnitud y la capacidad técnica de Raúl Ferreras. Por eso su muerte es un insulto que nos deja en deuda perpetua. Queda, sin embargo, su dilatada obra, su perfeccionismo y ese listón que dejó alto y que nos compromete con el trabajo bien hecho. Pero deja también un vacío insustituíble. Tenía grandeza.