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Publicado por
VICTORIANO CRÉMER
León

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ME ANUNCIAN, seguramente amigos extraviados por la mejor voluntad, que se disponen a regalarme, con motivo de las fiestas pascuales de la Navidad, de los Reyes, de San Silvestre y de todos los santos, un móvil. Ustedes ya me entienden: Me refiero a uno de esos artilugios tan de moda, que ya forman parte de la composición del ser humano en funciones. Y me echo a temblar. No porque tema que por el uso o el abuso del dicho móvil, o teléfono de oreja para los amigos, me pudieran sobrevenir desdichas y contratiempos, sino porque el tal teléfono es una droga que produce dependencia, como el canabis. Muchachas y muchachos que hasta el momento en el que fueron portadores del móvil, parecían seres normales, así que se hicieron o les regalaron un aparato y comprobaron la enormísima amplitud de influencia que podría ejercer mediante su uso, dejó de ser el ciudadano circunspecto, discreto y respetuoso de la intimidad del prójimo para intentar entrar en la vida de cuantos puede abarcar con su «oidor» técnico. Indudablemente el tal artefacto constituye un mecanismo ya indispensable en la vida moderna y ni siquiera las muchachas más románticas se pueden librar de convertir el móvil, su móvil, en una especie de confidente con el cual están de plática continua. Porque esta es tal vez una de las consecuencias más nefastas del uso del aparato: Que una vez que lo pruebas repites, repites, repites, hasta la consumición del tiempo tradicionalmente dedicado a la lectura, a la escritura, al estudio de las matemáticas o a cualquiera de los menesteres baladíes pero, sin embargo provechoso, que conforman la vida moderna. Un hombre y una mujer sin móvil son como un jardín municipal sin perro. La mujer necesita el móvil más que el comer y tanto como el compañero de movida. Una vez que la mujer dispone de su móvil parece como si se le hubieran abierto todas las puertas y se echa al campo como un cordero lechal. Esta introducción en la vida del individuo, todavía sin completarse, ha producido expresiones y definiciones que quebrantan la arquitectura del lenguaje hasta convertirle en un monólogo para esquizofrénicos; sobre la gran pantalla se proyectan no uno sino tres de estos aparatos y se escucha una voz que explica: «Orgulloso, muy orgulloso, tremendamente orgulloso». Lo de sentirse «tremendamente» orgulloso debe ser una licencia literaria, porque no cabe el encaje del tremendismo en la frase de exaltación. Como sucede con la mayor parte de los utensilios que la tecnología y el comercio ponen a nuestro alcance, también el móvil cubre una necesidad humana y también obliga a ser reconocido como un artefacto necesario. Pero ni indispensable ni para toda clase de desviación mental. Con el móvil puede suceder lo mismo que con la escopeta de caza: que para la caza es obligada, pero inaceptable para matar. Y estas consideraciones vienen a cuento de la explosión de entusiasmos oficiales que se están despertando entre nuestros organismos más en línea: La Junta, a través de su Presidente; la Diputación Provincial bajo la tutela más contagiosa de los palaciegos de la Acera de Botines y hasta el Ayuntamiento, como si no fuera leve la carga que soporta, han coincidido en estos últimos días en la proclamación de la activación de la tecnología, (Ordenadores, Internet, móviles) sin duda convencidos todos de que si conseguimos dotarnos de tan fabuloso armamento científico, no habrá guerra que se nos resista, y seremos felices.

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