Pote
ATACAMOS el estómago por tierra, líquido y aire en estas fechas, revienta la andorga, el nivel de ácidos nos abrió un agujero en nuestra capa interior de ozono, los turrones nos hartaron, retacamos la panza hasta el vómito, nos sorprendieron cenas con un menú aparejado por la más tonta de la casa según las sugerencias de algún suplemento semanal del que copia la pijada, acudimos a un restaurante con la peña y nos pusieron siete platos de desgustación entre los que hicimos un slalom del sinsentido, bebimos finitos y cacharros todos los días para celebrar algo en lo que la mayoría no cree (curioso: cuanto menos cree la gente en la Navidad, más gasta en ella, más se despepita)... y llegamos al final de las fiestas con el aparato digestivo hecho un guiñapo afgano... fue momento de escapar, de huir al monte más a mano, caminito de Pajares, por ejemplo, palpar altura, pisar nieve (maldita nieve que no cae y eso presagia males), beber aire, amorrarse al manantial, aplacar la fatiga, olvidar barullos y contubernio familiar... y a la vuelta nos citamos con amigos en un acogedor restaurante de Busdongo al que otras veces habíamos acudido por su clásico pote sin éxito. Esta vez sí, nos esperaba eterno potaje montañés, arrejuntao de divina compostura y sabor escrito en el paladar desde nuestros ancestros, categoría gastronómica. ¿Y cómo se llama esta exquisitez?... Pote, caballero, pote. ¿Sin más?... Ni menos. Pote. Como no hervía y llegábamos al convite con apetito, nos hocicamos al plato con fruición y saque de arriero, vorazmente, regustando cada cucharada, o sea, pecando de gula aún tras la hecatombe culinaria de estos días. Aquello sabía y, tras la pota, llegaba su compango de carnes, morro, morcillamen y chorizo al canto. Repetimos. Ay, Jesús, que reventamos. Pote. Sólo cuatro letras escondían toda la sustancia del mundo montañés. Pote. La nueva cocina le hubiera llamado de otro modo. Quise sugerírselo a Quique y Mari, que regentan este sustancioso caladero de platos tradicionales. Llamadlo «aguisado de patatas sublimadas y hortalizas de helada con alubias de riñón de pampa paramera y cecina de castrón bendito con acompañamiento de careta carrillera, chicho entripado al humo de roble y mondongo morcillero de abad exclaustrado». No prosperaría esta moción. Afortunadamente, ni Quique ni Mari son pijos. Viva el pote.