Diario de León

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VUELVEN LA CIGÜEÑAS. Muchas ya llevan días o semanas. Algunas se quedaron todo el invierno y pasan de veranillos marroquíes de noviembre; aquí siguieron; pegadas a nuestra nutritiva basura. El resto no tardará, pero algunas lo harán de estampida y espantadas porque viven en la ruta del París-Dakar. La pedorrera de motores y las gigantescas culebras de polvo que arremolinan les meten la huída en el cuerpo. Los guajes de esas aldeas son los que no pueden huir; al contrario, se agolpan en los caminos y calles abriendo la boca ante el espectáculo de países ricos que llegan en monturas de metal, colorines y a toda velo. Se fascinan. Y sueñan, aunque esa noche volverán a dormir sobre el mismo camastro de una alcoba ciega en una casa de barro que no tiene baldosas, sino tierra pisada, la misma de la que están hechas estas criaturas. Cuando crezcan y les toque salir a ellos de esa miseria, no lo harán en esas motos y despampanantes trastos, ni en helicópteros que despilfarran para buscar a un tuercebielas que se salió de la ruta por cagar sin que le vieran y se perdió. No. Ellos saldrán a pinrel, serán dos o tres, andarán treinta kilómetros hasta Amoubi y desde allí, en caja de camión, llegarán a la frontera para cruzar otros dos mil kilómetros y cuatro países hasta arribar a un mar que cruzarán en patera por la noche para acabar siendo desayuno de atunes y de pulgas de mar que les roerán la carne hasta mondar los huesos. Pero esto ocurrirá dentro de unos años. Por ahora, uno de esos críos recibirá dentro de quince días un paquete con rotuladores, un madelman usado y una tableta de turrón de frutas. Es regalo de una oenegé rara. La historia de esa tableta la conozco, pues ese turrón era de la cesta navideña de empresa de un tipo harto de engullir que regaló parte a una sobrina, quien, a su vez, eligió unos dulces y los turrones que no le gustaban -el de frutas y uno de pistacho- y se los llevó a su madre, que es de la gente cabal que odia el de frutas y desconoce el de pistacho, por lo que quiso averiguar a qué sabía; le repugnó. Intactos cruzaron las fiestas estos turrones. Hace tres días hizo donativo a la oenegé con ropas, juguetes y alimentos. Y así, el turrón de frutas acabará siendo para el niño morito y el de pistacho, ya empezado, para la basura. Ese es el que come hoy la cigüeña africana en nuestro vertedero.

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