EL PULSO Y LA CRUZ
Una palabra de más
ESTAMOS ya en un nuevo año. Año bisiesto. Y olímpico. Y electoral, dicen. Y con esta afirmación última parece ser que lo decimos casi todo. Lo humano, por supuesto. Y hasta lo divino, si es que queda algo en la mentalidad de los contemporáneos. Y queda. Aunque sea a la contra. O así lo parece. Porque ¿de qué otra manera se pueden interpretar algunos puntos del boceto de programa electoral que está elaborando el partido socialista? A ellos vamos enseguida. De momento, detengámonos en las razones que avalan esos puntos del borrador del llamado Documento Marco. Todos parecen estar injertados en ese tranco atractivo y mágico que el del progresismo. Juguemos un poco con las etimologías: progresismo viene del prefijo pro y del verbo gradior; de donde «progredior, progresuss». Significa estar en marcha hacia delante, avanzar. Lo que no se deduce necesariamente es que esa evolución esté «a favor-de» (que eso significa también «pro») los auténticos valores humanos, individuales y sociales. O sea que se puede avanzar -progresar- contra o más allá de lo debido. Por eso el giro latino «longius progredi» se ha de traducir por «decir una palabra de más». O sea, que con los afanes de «progresismo» uno puede meter la pata (la de caminar) más allá de donde debiera. Eso por un lado. Por otro, no dejemos de lado la sabiduría popular que, sin negar el progreso del cangrejo, afirma que éste avanza¿ hacia atrás. Y ése es su modo peculiar de «progresar». Pero en dirección contraria a la esperada y esperable. ¿Será algo así este juego de afanes de progresía? Porque ya me dirán ustedes hacia qué grado de humanización sana nos lleva o qué clase de progreso a favor de la persona son estas propuestas: la pretensión de dar idéntico tratamiento legal a las uniones matrimoniales de hombre y mujer que a las uniones de hombre-hombre o mujer-mujer; la apertura a la posiblidad de que estas parejas puedan adoptar niños; la gratuidad de la píldora abortiva postcoital para inmigrantes (¿), jóvenes y adolescentes; la interrupción voluntaria del embarazo (el aborto provocado, debemos decir) sin ninguna traba legal hasta la duodécima semana de gestación; la entrada hacia la posibilidad de defender la eutanasia activa mediante la creación de una comisión parlamentaria; o el énfasis («prioridad básica») que se pondrá en defender una escuela pública y laica, en la que la asignatura de Religión ni tendrá alternativa ni formará parte de ningún área. Estas y otras perlas son las que empezarán a caerse de la caja de Pandora del citado partido en breve plazo. ¡Ya podemos estar contentos, porque, por fin, llega nuestra liberación de tantos tabúes y temores y alineaciones y castraciones e infelicidades! Por fin, se ve la salida del túnel de tantos siglos dominados por trogloditas, opresores y ridículos. Al final, está el paraíso. Vean. En un recientísimo estudio sobre los jóvenes y los estilos de vida, se concluye que los muchachos y muchachas de nuestras ciudades son, al día de hoy, más materialistas, pragmáticos (o sea, que no dan puntada sin hilo, que es otra manera de citar el egocentrismo), se apuntan decididamente a la secularización (o sea, a la ausencia de la dimensión trascendente, religiosa, de la existencia), no ven con malos ojos el aborto y la eutanasia y tienen como principal preocupación -ahí es nada- el tiempo de ocio y el fin de semana. Éste es el resultado del progresismo. Ahí está el término del progreso que defienden algunos partidos políticos, que propugnan muchos educadores (¿) y que permiten la inmensa mayor parte de los padres. Por este camino, el progreso, decididamente, es «longius progredi», que es lo mismo que «largar» más de la cuenta. O irnos fuera del tiesto. O pasarnos cinco pueblos. No se me oculta que, en algún momento, he podido pecar de ironía (ojo, pues, a la lectura de algún párrafo). Ni dejo pasar que se me puede acusar de afirmaciones partidistas y aún de propaganda electoral. Ni ignoro que en un programa político hay muchas más cosas de las citadas, buenas intenciones y algunos aciertos. Lo sé. Pero permítanme que alguna vez uno se apunte palmariamente a defender lo que uno cree valores que nos identifican como personas humanas. Por si se nos olvida