El paisanaje
La perdiz mareada
SE INAUGURA el año 2004, electoral donde los haya, con la promesa de grandes cambios para el país, lo cual significa que hay que tocar madera. Para empezar algunos políticos quieren cambiar la Constitución: el vasco Ibarretxe para salirse, el catalán Maragall para lo mismo, el andaluz Chaves por mantener el cortijo propio y Zapatero por seguir la corriente, porque no puede flotar de otra manera, pidiendo nada menos que diecisiete agencias tributarias, tantas como autonomías caben en el mapa, otros diecisiete tribunales supremos y, ya de paso, que la sucesión a la Corona se haga sin tener en cuenta el, a buen seguro, principesco sexo de lo que salga dentro de doce meses, descontando los tres que faltan para la boda, del braguetazo de doña Leticia Ortiz con el heredero don Felipe de Borbón. Al parecer la cuestión no deja dormir al secretario general del PSOE, aunque seguramente sí a la dinastía de los Borbones, que acumulan desde siglos un frondoso follaje en el árbol genealógico, con algunas ramas bastardas convenientemente podadas a tiempo. A lo mejor más de un Pérez o Martínez se sorprendería hoy si le hicieran la prueba del ADN. O no tanto. El plebeyo Zapatero, allá él, sabrá por qué se mete en pleitos de familia que ni le van ni le vienen. A los demás tampoco. Porque, vamos a ver, el país reclama cambios, pero no esos. Sin ir más lejos puede calcularse que aquí mismo el ciento y pico por ciento de la población quiere cambiar de coche, pero no puede porque lo abrasa Hacienda en impuestos de lujo. O de casa, porque tendría que colgar la lámpara de la abuela en las nubes a los precios actuales. O de empleo, porque no hay. O de colegio para los niños, porque tampoco. No digamos de dentista. Y, en tocante a derecho de familia, es abrumadora también la mayoría de españoles a los que se la suda lo del príncipe y la asturiana, pero, en cambio, les preocupa cómo cambiar ellos mismos de suegra. Barrunta uno que en la próxima campaña electoral los debates se van a centrar en lo que artificialmente proponen los partidos y no en el precio del pollo, la pensión de la abuela, el empleo del hijo, el precio de la vivienda, el paro del padre o el tiempo que te dedica el médico (tres minutos) en la consulta de la Seguridad Social para saber si tienes catarro de garganta o paperas (la lista de espera puede ser criminal si te afecta entre dos y cuatro palmos más abajo). Lo de crear diecisiete agencias tributarias también es trágico. Ya había bastantes desgracias con una y, como dice el refrán, parió la abuela. En la tierra de Maragall podrá pasar cualquier cosa, lo que él diga, pero aquí cobra uno la nómina a primeros de mes y, tras aprovechar la coyuntura para ir de compras, obtiene el siguiente resultado fiscal: el IRPF se lo descuentan en León, el Impuesto de Sociedades de las rebajas de El Corte Inglés en Madrid, , el valor añadido de la botella de vino en La Rioja, el de la leche de Carrefour en Francia, la hipoteca en Bilbao si es del BBV, el recibo del gas en Cataluña (La Caixa) y la factura del dentista en ninguna parte. En cuanto a multiplicar por diecisiete la burocracia de las sala de justicia de sus señorías, sólo se nos ocurren dos cosas: la primera es mejor no pregonarla para no incurrir en desacato, y otra es la famosa maldición del gitano, aquella de «pleitos tengas y los ganes». No digamos si te tocan los juzgados de Marbella por un pufo de Gil y Gil. Poco más hay en los programas electorales de los partidos, que parecen vivir en un mundo aparte. Las preocupaciones reales de la gente están olvidadas y, si ya es de temer una ventanilla oficial cuando se va a tramitar, pongamos por caso, la pensión del abuelo, pueden ser terroríficas las colas si el viejo emigró primero a Asturias por lo de Ensidesa, luego a la fábrica de lavadoras Balay del País Vasco o a la imprenta de Heraclio Fournier, el de las barajas, más tarde a Cataluña para embutir salchichones en Casa Terradellas, en los setenta de camarero en Benidorm, de pescadero en Madrid, etcétera. En esta pobrina tierra el que más y el que menos lleva dada la vuelta a España buscando un empleo y no pocos, sin ser Induráin, han llegado hasta Suiza. A un servidor, sin ir más lejos, incluso le tocó hacer gratis la mili en Canarias. Y a ver quién me indemniza. Cualquier cosa vale, menos lo que de verdad interesa al ciudadano de a pie, para llamar la atención, y todos parecen seguir la estrategia del cuco, el pájaro parásito que canta en un árbol para despistar y pone el huevo en el de enfrente. O pudiera ser igualmente que se propusieran marear al país en estas elecciones con la clásica técnica de marear la perdiz pensando que los españoles son igual de patosos. Y dan ganas también de sacar la escopeta.